Fotografía: Manuel Fernández Espinosa |
EL PORTAPAZ DE LA PARROQUIAL DE SANTIAGO DE LA ESPADA
Manuel Fernández Espinosa
Entre los antiguos enseres religiosos que se custodian en la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol de Santiago de la Espada hallamos un portapaz cuya imagen frontal presentamos sobre estas líneas. Consiste en una pieza labrada en metal (en otros templos se conservan ejemplares de marfil o de madera): el de Santiago de la Espada reproduce en relieve una imagen de Cristo que parece salir de un recipiente (muy probablemente el sepulcro) y con las manos cruzadas en sus muñecas. De fecha incierta, podemos conjeturar que del siglo XVII.
Este objeto tiene en su revés un asa por el que era sujetado y presentado a los participantes en la Santa Misa en el momento en que el sacerdote invita a que los fieles se den la paz entre ellos: hoy en día, nos damos la mano o incluso si existe confianza hasta nos besamos en las mejillas, antiguamente lo que se besaba era el portapaz. Este momento de la liturgia tiene un carácter más de comunión en la caridad cristiana que de reconciliación de los pecados.
La liturgia siempre observó este momento ritual, pero no fue hasta el siglo XIII cuando los franciscanos empezaron a extender el portapaz que vino a sustituir a la patena, a los libros del misal o del evangelario que con anterioridad eran los objetos que se solían ofrecer para darse la paz, mediante su osculación.
El Papa San Pío V concedió a la Iglesia española -por el Breve "Ad hoc Nos"- el privilegio de que un acólito pudiera llevar el portapaz a los fieles. El acólito tomaba esta pieza con un velo de seda blanca, se arrodillaba junto al sacerdote, éste besaba el altar y luego besaba el portapaz, diciendo: "Pax Tecum" (La paz sea contigo). El acólito respondía: "Et Cum Spiritu tuo" (Y con tu espíritu) y, acto seguido, el acólito llevaba el portapaz a los fieles, repitiendo la fórmula: "Pax Tecum" a los fieles que, a su vez lo osculaban no sin antes responder: "Et Cum Spiritu tuo".
Con la pérdida de estas usanzas antiguas los portapaces desaparecieron. A modo de anécdota, cabe decir que el portapaz de Santiago de la Espada lo rescató de su desaparición una señora que, sin reconocer lo que era, lo llevó al sacerdote después de hallarlo entre escombros y pensándose ella que era una plancha (de las antiguas) por el parecido del asa.
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