Eleesbaan Serrano Rodríguez |
LOS ESFUERZOS SINDICALISTAS CATÓLICOS POR EL BIEN COMÚN
Manuel Fernández Espinosa
En el artículo de la semana pasada, "Santiago de la Espada hace casi cien años: en el "Viaje por las Escuelas de España" de Luis Bello", teníamos ocasión de aproximarnos a la triste realidad que se vivía en nuestro pueblo a principios del siglo XX: el aislamiento, las incomunicaciones, la economía y el enfrentamiento entre los forestales y el pueblo, las roturaciones y la legitimación de los títulos de propiedad, la falta de servicios mínimos (médicos, electricidad, telégrafo, teléfono...), el analfabetismo y el régimen oligárquico que perpetuaba estas condiciones, reacio a los cambios. Todo ello lo podíamos ver en el excelente análisis que Luis Bello pudo hacer cuando visitó Santiago de la Espada. El empeño que puso Luis Bello en solucionar la problemática particular de Santiago de la Espada no parece que surtiera efecto en Madrid, pero Luis Bello no sería el único que reaccionaría contra la postración y la marginación a la que ese cúmulo de fatalidades condenaba a los santiagueños y otros núcleos rurales de la Sierra de Segura.
Avanzando el siglo XX, a finales de los años 20, la situación para el vecindario apenas había cambiado: los caciques locales controlaban el precio de la lana, acaparando la producción de los pastores; las condiciones del suelo no eran las más adecuadas para el cultivo en una gran parte del territorio (salvando las vegas); el problema de la propiedad estaba sin resolver (todavía hoy en día lo está); el vecindario más menesteroso se veía obligado a buscarse el jornal en la recogida de aceituna, trasladándose temporalmente a la comarca de La Loma o a la del Condado... Y una cuadrilla de usureros locales sin escrúpulos se estaba lucrando a costa de las necesidades del prójimo, prestando dinero con un interés que iba del 12 al 42% (todo un abuso)... Por esta época que decimos, a finales de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, 250 familias de Santiago de la Espada se habían visto forzadas a emigrar a Francia.
El cuadro era bastante desazonador, Santiago de la Espada y otras localidades de la zona: Pontones, Hornos, Segura de la Sierra seguían sufriendo la multisecular marginación con todo el séquito de sus miserias materiales y morales. Será entonces cuando emerge en el horizonte local una iniciativa que vendrá a actuar como revulsivo, que movilizará a gran parte de la vecindad en la lucha legítima por conquistar una vida mejor, esa experiencia histórica hoy prácticamente olvidada fue el Sindicato Agrario Católico de Santiago de la Espada, que ha sido estudiado por el profesor Eduardo Araque Jiménez, de la Universidad de Jaén.
A diferencia de los sindicatos de clase (UGT o CNT) el Sindicato Agrario Católico de Santiago de la Espada fue constituido por activistas católicos procedentes de la Asociación Católica de Propagandistas, impulsada por el que más tarde sería Cardenal Herrera Oria (1886-1968). Aunque apenas conocida, tampoco considerada con rigor, la Iglesia Católica -sobre todo a partir de la encíclica "Rerum novarum" del Papa León XIII- activaba una profunda reflexión social y trazaba líneas de acción para hacer frente al capitalismo que había ido desarrollándose en el curso del siglo XIX; así, la Iglesia empezó a animar toda una Doctrina Social (todavía vigente) y estimulaba a su vez la formación de círculos de obreros católicos, sindicatos y organizaciones obreras y agrarias. En efecto, esta activación eclesiástica surgía como respuesta al capitalismo, así como también era una contestación a los sindicatos de clase que sostenían ideológicamente posicionamientos mucho más beligerantes contra el capitalismo, preconizando la revolución y la liquidación de la propiedad privada.
El sindicalismo católico llegó a tener en sus filas, allá en su tiempo más espléndido, unos 600.000 afiliados; estaba bastante extendido en las zonas norteñas de la Península Ibérica y se vertebraba en bastantes federaciones, todas las cuales se articulaban en la Confederación Nacional Católico Agraria (CNCA). En Andalucía, el sindicalismo estaba prácticamente monopolizado por los socialistas de UGT y los anarco-sindicalistas de la CNT, pero sin embargo en la provincia de Jaén se fue abriendo camino este sindicalismo católico que llegó a cosechar no sólo afiliados, sino éxitos indudables como el obtenido por el sindicato de Villargordo. Esta organización sindical llegó a adquirir -por compra-venta,no por expropiación ni violencia alguna- unas 365 hectáreas propiedad del Marqués de Linares en el año 1920: el sindicato fraccionó esta finca en 303 parcelas que procedió a adjudicar a sus sus afiliados; con estas medidas pacíficas que rehusaban toda violencia se iba efectuando una lenta, pero efectiva y tan necesaria reforma agraria. Más tarde, los de Villargordo irían comprando más tierras a otros terratenientes, como el Marqués de Mondéjar. La experiencia de Villargordo sentaba un magnífico precedente para que el sindicalismo confesional se propagara.
Los sindicatos de clase, marxistas o libertarios, miraban con malos ojos a los sindicatos católicos y los tachaban de complicidad con los capitalistas pero, a decir verdad, aunque hubo tendencias a establecer vínculos con los potentados, el sindicalismo católico tuvo hombres capaces de imprimirle una dirección bastante independiente. Por ejemplo, Antonio Monedero Martín que nació en Dueñas (provincia de Palencia) el año 1872, fue uno de los exponentes más notables del sindicalismo católico de estas fechas; por ejemplaridad obrerista rechazó el título nobiliario de Vizconde de Villandrando y se afanó con coraje a organizar el sindicalismo católico a favor del pequeño campesinado español: en un momento de la historia de este sindicalismo, cuando otros compañeros del palentino propusieron ligar la CNCA a algunos grandes terratenientes, con el pretexto de que estos podían financiar el sindicalismo agrario, Antonio Monedero se opuso rotundamente por considerar que esto sería poner a los sindicalistas más pobres a merced de los terratenientes.
En el caso de Santiago de la Espada también se muestra que el Sindicato Agrario Católico actuaba a favor de los más débiles, entrando en conflicto con las oligarquías locales y hasta con la burocracia y la tecnocracia que defendía los intereses del Estado sobre los de la comunidad.
El Sindicato Agrario Católico de Santiago de la Espada comenzó su andadura el mes de mayo del año 1928. Sus fundadores fueron dos militantes del sindicalismo católico español: el Padre Juan Francisco Correas y el abogado manchego, residente en Úbeda, D. Eleesbaan Serrano Rodríguez. El P. Correas procedía de los propagandistas de Herrera Oria, colaborando en el periódico de éste "El Debate", a la vez que desplegaba una ímproba labor de fundación de organizaciones sindicales católicas. Eleesbaan Serrano era un católico anti-liberal que también colaboraba en prensa y hasta escribió una novela en la que ridiculizaba al caciquismo de la restauración canovista. Eleesbaan Serrano había participado en la experiencia del sindicato católico de Villargordo y en mayo e 1928 vino a Santiago de la Espada para tratar de impulsar una profunda reforma en la Sierra de Segura, también participó en la implantación de esta organización agraria confesional D. León Carlos Álvarez Lara (natural de Castillo de Locubín) que, abogado y periodista, llegó a engrosar las filas del Partido Agrario. El sindicato de Santiago fue presidido por un santiagueño, D. Patricio Ruiz Delgado y como consiliario tuvo al párroco de la villa, a la sazón D. Juan María Torres Pérez.
El Sindicato Agrario Católico empezó a buscar la forma de romper la dependencia económica que los vecinos más desfavorecidos de Santiago tenían con los prestamistas locales. Éstos habían puesto a la vecindad más necesitada bajo intereses desproporcionados; para quebrar esas "amistades peligrosas", el Sindicato Agrario Católico de Santiago solicitó a donde procedía hacerlo un crédito de 50.000 pesetas de la época y el Servicio Nacional del Crédito Agrícola le concedió tal crédito, que el mismo Sindicato repartió entre sus afiliados a un interés anual del 6%, desbaratando así el suculento negocio que hacían los prestamistas. El Sindicato también se involucró en el mercado de la lana y puso en contacto directo a los productores ganaderos locales con las casas de compradores, de este modo se puenteaba a los acaparadores locales (el alcalde y el teniente alcalde) que, al ser los mediadores, pagaban menos a los ganaderos de ovino del pueblo, lucrándose desorbitadamente de esa mediación. El Sindicato también puso a disposición de los vecinos que se desplazaban a La Loma y al Condado un sistema de préstamos más justo y ventajoso que el que estaban forzados a emplear, dependiendo de los usureros, cuando tenían que acopiar alimentos para irse a recoger durante una temporada la aceituna fuera de su domicilio.
Como cabe imaginar estas intervenciones fueron aplaudidas por sus beneficiarios, pero no tuvieron que agradar a cuantos (acaparadores de lana y prestamistas) se habían lucrado con antelación a la llegada de este Sindicato. Pero el Sindicato Agrario Católico no sólo desmoronó los negocios tan lucrativos que hacía una minoría a costa del Bien Común, sino que también entró en conflicto con los Ingenieros de Montes, los tecnócratas que tenían como principal cometido el amparo de los derechos del Estado sobre los montes de la Sierra de Segura y que eran el flagelo de los roturadores más modestos, los cuales sufrían el hostigamiento de los forestales a instancias de las férreas leyes de Montes. El Sindicato Agrario Católico removió Roma con Santiago, yendo incluso hasta Madrid, para reclamar los derechos de propiedad de muchos vecinos, después de recopilar toda la documentación pertinente de los particulares, para hacerla valer en los entes públicos. Pero, aunque se lograron algunos objetivos, como -por ejemplo- que autoridades diversas tuvieran que formar Comisiones para estudiar el caso de Santiago de la Espada y de otras localidades de la Sierra de Segura, los acontecimientos históricos echaron por el suelo todos los esfuerzos del Sindicato Agrario.
La dictadura de Miguel Primo de Rivera expiró, la dictablanda de Berenguer pasó rápida como un relámpago, llegó la II República y, aunque parece que trató de hacer algo por paliar la situación de Santiago de la Espada, el clima de tensiones frustró las expectativas. Estalló la Guerra Civil en 1936 y las justas demandas de Santiago de la Espada y de la Sierra Segureña volvieron a ser olvidadas en el fragor de las batallas y las represiones de retaguardia.
A pesar de sus esfuerzos, el Sindicato Agrario Católico desapareció y sus miembros más destacados, como es el caso de su consiliario, el Padre D. Juan María Torres Pérez fueron víctimas de las atrocidades de la Guerra Civil, sin considerar todo lo que habían peleado por la mejora de las condiciones de vida de los vecinos de Santiago. Así, al poco de estallar la Guerra Civil, el P. Juan María huyó de la localidad, vagó por los montes y decidió regresar a Santiago. En Santiago fue detenido y se le trasladó a la Prisión Provincial, fue juzgado por el Tribunal Popular y se le condenó a muerte, siendo ejecutado en Jaén.
BIBLIOGRAFÍA:
ARAQUE JIMÉNEZ, Eduardo, "El Sindicato Agrícola Católico de Santiago de la Espada. Primera aproximación." revista ELUCIDARIO, nº 7 (marzo de 2009)
LÓPEZ PÉREZ, Manuel, "LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA EN LA PROVINCIA DE JAÉN 1936-1939", Obispado de Jaén, 2010. p. 485"
Los sindicatos de clase, marxistas o libertarios, miraban con malos ojos a los sindicatos católicos y los tachaban de complicidad con los capitalistas pero, a decir verdad, aunque hubo tendencias a establecer vínculos con los potentados, el sindicalismo católico tuvo hombres capaces de imprimirle una dirección bastante independiente. Por ejemplo, Antonio Monedero Martín que nació en Dueñas (provincia de Palencia) el año 1872, fue uno de los exponentes más notables del sindicalismo católico de estas fechas; por ejemplaridad obrerista rechazó el título nobiliario de Vizconde de Villandrando y se afanó con coraje a organizar el sindicalismo católico a favor del pequeño campesinado español: en un momento de la historia de este sindicalismo, cuando otros compañeros del palentino propusieron ligar la CNCA a algunos grandes terratenientes, con el pretexto de que estos podían financiar el sindicalismo agrario, Antonio Monedero se opuso rotundamente por considerar que esto sería poner a los sindicalistas más pobres a merced de los terratenientes.
En el caso de Santiago de la Espada también se muestra que el Sindicato Agrario Católico actuaba a favor de los más débiles, entrando en conflicto con las oligarquías locales y hasta con la burocracia y la tecnocracia que defendía los intereses del Estado sobre los de la comunidad.
El Sindicato Agrario Católico de Santiago de la Espada comenzó su andadura el mes de mayo del año 1928. Sus fundadores fueron dos militantes del sindicalismo católico español: el Padre Juan Francisco Correas y el abogado manchego, residente en Úbeda, D. Eleesbaan Serrano Rodríguez. El P. Correas procedía de los propagandistas de Herrera Oria, colaborando en el periódico de éste "El Debate", a la vez que desplegaba una ímproba labor de fundación de organizaciones sindicales católicas. Eleesbaan Serrano era un católico anti-liberal que también colaboraba en prensa y hasta escribió una novela en la que ridiculizaba al caciquismo de la restauración canovista. Eleesbaan Serrano había participado en la experiencia del sindicato católico de Villargordo y en mayo e 1928 vino a Santiago de la Espada para tratar de impulsar una profunda reforma en la Sierra de Segura, también participó en la implantación de esta organización agraria confesional D. León Carlos Álvarez Lara (natural de Castillo de Locubín) que, abogado y periodista, llegó a engrosar las filas del Partido Agrario. El sindicato de Santiago fue presidido por un santiagueño, D. Patricio Ruiz Delgado y como consiliario tuvo al párroco de la villa, a la sazón D. Juan María Torres Pérez.
El Sindicato Agrario Católico empezó a buscar la forma de romper la dependencia económica que los vecinos más desfavorecidos de Santiago tenían con los prestamistas locales. Éstos habían puesto a la vecindad más necesitada bajo intereses desproporcionados; para quebrar esas "amistades peligrosas", el Sindicato Agrario Católico de Santiago solicitó a donde procedía hacerlo un crédito de 50.000 pesetas de la época y el Servicio Nacional del Crédito Agrícola le concedió tal crédito, que el mismo Sindicato repartió entre sus afiliados a un interés anual del 6%, desbaratando así el suculento negocio que hacían los prestamistas. El Sindicato también se involucró en el mercado de la lana y puso en contacto directo a los productores ganaderos locales con las casas de compradores, de este modo se puenteaba a los acaparadores locales (el alcalde y el teniente alcalde) que, al ser los mediadores, pagaban menos a los ganaderos de ovino del pueblo, lucrándose desorbitadamente de esa mediación. El Sindicato también puso a disposición de los vecinos que se desplazaban a La Loma y al Condado un sistema de préstamos más justo y ventajoso que el que estaban forzados a emplear, dependiendo de los usureros, cuando tenían que acopiar alimentos para irse a recoger durante una temporada la aceituna fuera de su domicilio.
Como cabe imaginar estas intervenciones fueron aplaudidas por sus beneficiarios, pero no tuvieron que agradar a cuantos (acaparadores de lana y prestamistas) se habían lucrado con antelación a la llegada de este Sindicato. Pero el Sindicato Agrario Católico no sólo desmoronó los negocios tan lucrativos que hacía una minoría a costa del Bien Común, sino que también entró en conflicto con los Ingenieros de Montes, los tecnócratas que tenían como principal cometido el amparo de los derechos del Estado sobre los montes de la Sierra de Segura y que eran el flagelo de los roturadores más modestos, los cuales sufrían el hostigamiento de los forestales a instancias de las férreas leyes de Montes. El Sindicato Agrario Católico removió Roma con Santiago, yendo incluso hasta Madrid, para reclamar los derechos de propiedad de muchos vecinos, después de recopilar toda la documentación pertinente de los particulares, para hacerla valer en los entes públicos. Pero, aunque se lograron algunos objetivos, como -por ejemplo- que autoridades diversas tuvieran que formar Comisiones para estudiar el caso de Santiago de la Espada y de otras localidades de la Sierra de Segura, los acontecimientos históricos echaron por el suelo todos los esfuerzos del Sindicato Agrario.
La dictadura de Miguel Primo de Rivera expiró, la dictablanda de Berenguer pasó rápida como un relámpago, llegó la II República y, aunque parece que trató de hacer algo por paliar la situación de Santiago de la Espada, el clima de tensiones frustró las expectativas. Estalló la Guerra Civil en 1936 y las justas demandas de Santiago de la Espada y de la Sierra Segureña volvieron a ser olvidadas en el fragor de las batallas y las represiones de retaguardia.
A pesar de sus esfuerzos, el Sindicato Agrario Católico desapareció y sus miembros más destacados, como es el caso de su consiliario, el Padre D. Juan María Torres Pérez fueron víctimas de las atrocidades de la Guerra Civil, sin considerar todo lo que habían peleado por la mejora de las condiciones de vida de los vecinos de Santiago. Así, al poco de estallar la Guerra Civil, el P. Juan María huyó de la localidad, vagó por los montes y decidió regresar a Santiago. En Santiago fue detenido y se le trasladó a la Prisión Provincial, fue juzgado por el Tribunal Popular y se le condenó a muerte, siendo ejecutado en Jaén.
BIBLIOGRAFÍA:
ARAQUE JIMÉNEZ, Eduardo, "El Sindicato Agrícola Católico de Santiago de la Espada. Primera aproximación." revista ELUCIDARIO, nº 7 (marzo de 2009)
LÓPEZ PÉREZ, Manuel, "LA PERSECUCIÓN RELIGIOSA EN LA PROVINCIA DE JAÉN 1936-1939", Obispado de Jaén, 2010. p. 485"