sábado, 13 de octubre de 2018

ENSERES DE LA ANTIGUA LITURGIA

Fotografía: Manuel Fernández Espinosa


EL PORTAPAZ DE LA PARROQUIAL DE SANTIAGO DE LA ESPADA


Manuel Fernández Espinosa


Entre los antiguos enseres religiosos que se custodian en la Iglesia Parroquial de Santiago Apóstol de Santiago de la Espada hallamos un portapaz cuya imagen frontal presentamos sobre estas líneas. Consiste en una pieza labrada en metal (en otros templos se conservan ejemplares de marfil o de madera): el de Santiago de la Espada reproduce en relieve una imagen de Cristo que parece salir de un recipiente (muy probablemente el sepulcro) y con las manos cruzadas en sus muñecas. De fecha incierta, podemos conjeturar que del siglo XVII.

Este objeto tiene en su revés un asa por el que era sujetado y presentado a los participantes en la Santa Misa en el momento en que el sacerdote invita a que los fieles se den la paz entre ellos: hoy en día, nos damos la mano o incluso si existe confianza hasta nos besamos en las mejillas, antiguamente lo que se besaba era el portapaz. Este momento de la liturgia tiene un carácter más de comunión en la caridad cristiana que de reconciliación de los pecados.

La liturgia siempre observó este momento ritual, pero no fue hasta el siglo XIII cuando los franciscanos empezaron a extender el portapaz que vino a sustituir a la patena, a los libros del misal o del evangelario que con anterioridad eran los objetos que se solían ofrecer para darse la paz, mediante su osculación.

El Papa San Pío V concedió a la Iglesia española -por el Breve "Ad hoc Nos"- el privilegio de que un acólito pudiera llevar el portapaz a los fieles. El acólito tomaba esta pieza con un velo de seda blanca, se arrodillaba junto al sacerdote, éste besaba el altar y luego besaba el portapaz, diciendo: "Pax Tecum" (La paz sea contigo). El acólito respondía: "Et Cum Spiritu tuo" (Y con tu espíritu) y, acto seguido, el acólito llevaba el portapaz a los fieles, repitiendo la fórmula: "Pax Tecum" a los fieles que, a su vez lo osculaban no sin antes responder: "Et Cum Spiritu tuo".

Con la pérdida de estas usanzas antiguas los portapaces desaparecieron. A modo de anécdota, cabe decir que el portapaz de Santiago de la Espada lo rescató de su desaparición una señora que, sin reconocer lo que era, lo llevó al sacerdote después de hallarlo entre escombros y pensándose ella que era una plancha (de las antiguas) por el parecido del asa. 

sábado, 1 de septiembre de 2018

SIXTO EL DE MARCHENA Y EL ALCALDE DE YESTE



EL MAQUIS DE 1944 EN TIERRAS DE SANTIAGO DE LA ESPADA

Manuel Fernández Espinosa


El 1º de abril de 1939 un parte de guerra, emitido desde Burgos y firmado por el General Francisco Franco Bahamonde, decía: "En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado". En efecto, gran parte del ejército republicano había enfilado el exilio: muchos jefes políticos habían zarpado hacia la Unión Soviética en el puerto de Valencia. En cambio, el grueso de la tropa -con muchos civiles del norte de España- había partido al exilio por la frontera francesa, llegando maltrechos de la guerra y la caminata, entregando las armas a los gendarmes y siendo internados en campos de concentración franceses, donde vivieron en condiciones infrahumanas hasta que por cuentagotas eran puestos en libertad. Sin embargo, muchísimos combatientes de la II República habían tenido que rendirse a las tropas de Franco. Lo normal en esos casos era confinar a los prisioneros en campos de concentración (para tal fin se emplearon pueblos devastados en el curso del mismo conflicto, como Higuera de Calatrava en nuestra provincia de Jaén); preso a preso, se les iba depurando responsabilidades: muchos fueron procesados y ejecutados, otros tuvieron que cumplir un servicio militar "extra" (debido a que la España franquista no reconocía la "mili" prestada por los quintos a la II República) y no pocos se escapaban del confinamiento.

Era relativamente fácil evadirse de esos campos de concentración, pues eran prisiones improvisadas y sin recursos de vigilancia muy estrictos. Pero la evasión significaba ponerse inmediatamente en situación de "fuera de la ley". En abril de 1943 Sixto García Espinosa (alias "el de Marchena") se escapó del campo de prisioneros de Guadarrama y llegó a la Sierra de Segura. En la Sierra, Sixto entró en relación con otros fugados como Juan Ruiz González (alcalde republicano de Yeste) y José Antonio Fernández Martínez (alias "El de Miller): el "Alcalde de Yeste" se había fugado del campo de concentración de Portaceli (Valencia) y "El de Miller" se había fugado de las dependencias carcelarias municipales de Santiago de la Espada. Prófugos, encontraron en las fragosidades de la Sierra de Segura un refugio, pero para sobrevivir tenían que confiar en los paisanos que les prestaran socorro o, armándose, dedicarse a robar. Las razones que los habían puesto "fuera de la ley" eran políticas, pero las autoridades franquistas trataban estos casos como delincuencia, sin reconocer la entidad política de los forajidos. Así fue como, aquí y allí, sin mucha coordinación, nació el Maquis español (1). 

El pequeño grupo de forajidos que Sixto "El de Marchena" capitaneaba se dedicó a dar golpes de mano, atracando cortijos y a vecinos reputados como derechistas que transitaban por la Sierra de Segura. Así, en marzo de 1944 los vemos actuar en el Cortijo Breñas Bajas (Santiago de la Espada) donde se llevaron dos escopetas. En abril asaltaron el Cortijo Rubial (Segura de la Sierra) donde se hicieron con otra escopeta, así como con ropas y víveres. El 20 de mayo -identificado el jefe del grupo- las fuerzas de seguridad proceden a encarcelar a la familia de Sixto y también son llevados a prisión algunos vecinos de Miller, considerados como cómplices de los forajidos. El grupo desapareció durante lo que restaba del año 1944 y 1945, sin que se sepa el lugar donde hallaron escondite, pero reaparecen en febrero de 1946 asaltando en "Los Escalones" (Santiago de la Espada) a un vecino al que despojaron de 610 pesetas. A finales del mismo mes de febrero atracan a un vecino de Caravaca en "El Portillo de Riverti" (Nerpio), al que arrebatan 13.350 pesetas. En agosto, asaltan a un vecino en Huelgas de las Vigas (Cortijos Nuevos), logrando 2.600 pesetas. En agosto de 1947 asaltan a otro en Las Ericas (Segura de la Sierra) y un vecino de la Toba, en defensa propia, termina matando a Antonio "El de Miller" cuando la banda pretendió atracarlo en las Casicas del Río Segura (Santiago de la Espada).  

En el invierno de 1949, el que había sido alcalde republicano de Nerpio, Juan Sáez Fernández, junto al que había sido a su vez secretario del mismo ayuntamiento republicano de la población albaceteña, Manuel Romero López, se unen al grupo de Sixto el de Marchena. Sáez Fernández no permaneció mucho con la banda y se fue al exilio, pero Romero López se quedó en la Sierra hasta que el 15 de marzo de 1950, éste prófugo se persona en el Cuartel de la Guardia Civil de Albacete y delata el escondite de Sixto y el "Alcalde de Yeste". 

El 20 de mayo de 1950 la Guardia Civil rodea a Sixto y al "Alcalde de Yeste" en una cueva de Pico Marchena (Santiago de la Espada). Son conminados a entregarse, pero no lo hacen y resisten a mano armada durante dos días. La Guardia Civil termina arrojando unas granadas y, según consta en la versión oficial, el derrumbe de la cueva en cuyo interior se esconden los dos termina por sepultarlos. La versión oficial está puesta en tela de juicio, puesto que el Registro Civil inscribió a los dos interfectos como muertos por "heridas de arma de fuego y carbonización".

El 22 de mayo de 1950 los cadáveres de Sixto García Espinosa "El de Marchena"  y Juan Ruiz González "Alcalde de Yeste" fueron conducidos a Santiago de la Espada y a manera de escarmiento público fueron expuestos en la Plaza Mayor para mayor escarnio de las víctimas y horror del vecindario.

Notas:

(1) El vocablo "maquis" es un galicismo que a su vez procede del vocablo italiano "macchia" (campo cubierto de maleza) y que da nombre a los guerrilleros de la resistencia francesa contra la ocupación alemana de Francia, en la II Guerra Mundial, así como a los guerrilleros excombatientes de la II República que quedaron en territorio bajo control franquista. Muchos de estos forajidos lograron pasar la frontera y hallaron el exilio, pero no pocos permanecieron en territorio español, siendo perseguidos implacablemente y batidos por las fuerzas de orden público, formadas por la Guardia Civil y los somatenes (especie de cuerpo paramilitar formado por civiles voluntarios).

BIBLIOGRAFÍA:

Sánchez Tostado, Luis Miguel, "La Guerra no acabó en el 39. Lucha guerrillera y resistencia republicana en la provincia de Jaén (1939-1952)", Ayuntamiento de Jaén, Jaén, 2001.

jueves, 23 de agosto de 2018

CARLISTAS AVISTADOS EN LA SIERRA DE SEGURA

Cuadro de Ferrer Dalmau que representa una carga de la caballería carlista


Y LA ALARMA DE LOS ALCALDES CONSTITUCIONALES DE LA ZONA


Manuel Fernández Espinosa


CONTEXTUALICEMOS


Con la muerte de Fernando VII el 29 de septiembre de 1833 estalló la Primera Guerra Carlista que duró siete años. Esta Guerra Civil del siglo XIX se entiende mal si se cree que la razón es la de un simple conflicto sucesorio al trono: es de saber que, según la ley sálica que trajeron los Borbones a España en el siglo XVIII, las hijas del monarca no podían sucederlo; Fernando VII no tuvo hijos varones, por lo que promulgó la Pragmática Sanción que permitía, tras su muerte, que su hija Isabel lo sucediera como reina. No obstante, Isabel era una niña a la muerte de su padre y su madre, viuda de Fernando VII, María Cristina de Borbón quedaría como Regente del Reino hasta que fue depuesta por las intrigas de sus propios partidarios militares. Sin embargo, a su muerte, Fernando VII tenía un hermano segundón, D. Carlos María Isidro de Borbón que -conforme a la ley sálica- le correspondía la sucesión al trono y que era el favorito de la España más tradicional. Por eso, con la muerte de Fernando VII, se declaró la guerra.

Aunque el problema sucesorio era el motivo más visible, una guerra como esa no se hubiera alargado tanto en el tiempo de no ser por estar, desde décadas antes, muy dividida España en dos bandos claramente enfrentados, los mismos que, ya desde las Cortes de Cádiz, venían dedicándose un recelo mutuo que fue convirtiéndose en odio irreconciliable. A saber: los partidarios de una modernización a ultranza de España, la cual entrañaba una Constitución (la de Cádiz de 1812) y la supresión del Antiguo Régimen y sus relaciones jurídicas, aboliendo las instituciones tradicionales que no sólo eran privilegios nobiliarios y eclesiásticos, sino también comunitarios (los fueros), a este bando los llamaremos "constitucionales" o "liberales". Y enfrentados a ellos: los acérrimos defensores de la monarquía tradicional y las instituciones del Antiguo Régimen, que bien podrían denominarse "tradicionalistas" que, con la Guerra de 1833 pasaron a llamarse "carlistas": en la propaganda bélica, los carlistas llamarían "negros" (beltzas, en euskera) a los liberales y los liberales tildarían como "facciosos" a los carlistas. En ambos bandos, en efecto, existían matices y no todos los que formaban parte de una de las dos Españas tenían la misma opinión política: entre los liberales, los había conservadores -hoy diríamos la derecha- y revolucionarios -la izquierda. Entre los tradicionalistas, los había que abogaban por la restauración de la Inquisición -llamados "apostólicos"- y los que defendían los fueros -y la identidad regional- contra la uniformización centralista y liberal de España.

Aunque la guerra carlista se recrudeció en Navarra, Provincias Vascongadas, Cataluña y el Maestrazgo, lo cierto es que la guerra estaba en todas partes, aunque la intensidad fuese de diversa consideración. En Extremadura, había partidas carlistas. En Galicia, las había. En Castilla, en La Mancha... vivaqueaban los carlistas. Y en Andalucía, como no podía ser menos, también. En los siete años de conflicto armado que duró la Primera Guerra Carlista (hubo otras a lo largo del siglo XIX), la mayor parte de España estuvo bajo control constitucional, "estabilidad" frágil, pues permanentemente era amenazada por los partidarios carlistas nativos de cada región que se levantaban en armas o bien por los carlistas que, procedentes del norte (donde tenían su feudo), realizaban expediciones como la del General D. Miguel Gómez Damas (Torredonjimeno, 1785 - Burdeos, 1864), pero aunque la Expedición Gómez recorrió en zigzag la Península Ibérica de norte a sur y de sur a norte, los que más se adentraron en la Sierra de Segura fueron los carlistas manchegos, como el famoso "Palillos", así como otros, naturales de Granada y Murcia. Pero la prueba evidente de que el carlismo tenía sus partidarios en el mismo corazón de la Sierra de Segura nos lo da el documento que voy a exponer a continuación y que este contexto histórico-ideológico servirá mejor para desentrañar. 

EL DOCUMENTO

Se trata de un oficio por el que los alcaldes constitucionales de la zona se comunican por los medios más rápidos de que disponían en aquel tiempo (esto es: por mensajero a uña de caballo) la alarma y las medidas que tomar ante la verificación de presencia de partidas carlistas. El documento se encuentra en el Archivo Histórico Nacional y abajo lo enlazo.

Es el 11 de octubre de 1836 -van tres años de guerra civil- y parece que en Siles se detecta la presencia de partidas carlistas que merodean por la Sierra de Segura. En el documento se hace constar que: esos "facciosos" (recuerdo que éste era el término con el que los constitucionales se referían a los carlistas) eran "los más paisanos y vecinos de los mismos pueblos del Partido". Esto significa que no se trataba de una expedición foránea, como fue la columna expedicionaria que, aunque comandada por el General Gómez Damas (nacido en Torredonjimeno) estaba formada por voluntarios de procedencia muy variopinta: aunque abundaban los vascos y navarros, en la columna de Gómez Damas había castellanos, aragoneses, valencianos, catalanes y hasta portugueses. Los carlistas que ponen en guardia a los alcaldes constitucionales de la Sierra de Segura en octubre de 1836 son carlistas nativos, lo cual no hacía sino aumentar más su peligrosidad potencial, en virtud de conocer bien el terreno. La notificación de estos movimientos forma una serie de oficios que, empezando en Siles, pasa a Santiago de la Espada y de Santiago de la Espada corre el aviso a la Puebla de Don Fadrique, de la Puebla de Don Fadrique el oficio pasa a Huéscar, de Huéscar se hace llegar a Cúllar y de Cúllar a Baza, donde se remite, a su vez, a Guadix. 

El alcalde constitucional de Santiago de la Espada -como en el cuerpo del documento se hace constar- era a la sazón D. José Ruiz Marín: muy probablemente sea pariente -tal vez hermano; pero podría ser también hijo o sobrino- de D. Julián Ruiz Marín, del que ya me ocupé en su momento: ver aquí. Esto es interesante advertirlo, puesto que cuando traté el perfil político-ideológico de D. Julián Ruiz Marín, éste mostró ser un refractario a los liberales durante los años del absolutismo fernandino, sufriendo por ello persecución durante el Trienio Liberal, aunque en el Campo de Gibraltar, donde desempeñó sus cargos políticos muy lejos de sus lares: D. Julián Ruiz Marín era todo un absolutista. Este familiar suyo, José Ruiz Marín, parece sin embargo haber tomado partido por el constitucionalismo, permaneciendo leal a los regentes (María Cristina y Baldomero Espartero) que gobiernan durante la minoría de edad de Isabel II.

Las disposiciones que se adoptan son las de movilizar a los vecinos de los pueblos concernidos, vecinos que estaban alistados a la llamada "Milicia Nacional" (suerte de milicia de voluntarios ciudadanos que prestaban servicio apoyando a las tropas regulares y mercenarias -hubo ingleses y franceses enrolados a sueldo al servicio de los liberales españoles- que defendían el régimen constitucionalista): la Milicia Nacional se trataba, por lo tanto, de un cuerpo paramilitar formado por vecinos que no eran soldados regulares, sino que prestaban servicio paramilitar puntualmente, según la coyuntura. La circular ordena que se haga leva rápida de estos milicianos nacionales -"la fuerza que se pueda reunir"- y, una vez dotados convenientemente de armamento y municiones, bien pertrechados, sean dirigidos a Santiago de la Espada bajo sus mandos respectivos. El plan era concentrarse en Santiago de la Espada, para desde allí emprender el camino a la villa de Segura de la Sierra ("a donde permanecerán acantonados") "y por este medio perturbar el que no acometan [los carlistas] por este punto que no es dificultoso lo atenten".

No sabemos en lo que terminarían aquellos movimientos de las Milicias Nacionales, montadas precipitadamente para atender la emergencia de las partidas carlistas segureñas que los alcaldes constitucionales y la Capitanía General de Granada sospechaba que podían apoderarse de Segura de la Sierra. Lo que sí sabemos es que un año después -en 1837- la partida carlista del manchego "Palillos" tomó Orcera, quemando los archivos de la propiedad, lo cual fue con gran regocijo de los serranos, pues la destrucción de esos archivos suponía un respiro para la población, constreñida por los inveterados litigios con la administración estatal a cuenta de la propiedad y aprovechamiento de los montes. Este "Palillos" ya había tenido una refriega en los ejidos de Génave (lo conté aquí) años antes, en 1834, cuando también castigó Albadalejo; y, es curioso, la parroquia de Albadalejo, en aquel entonces, cuando sufrió la entrada de "Palillos" estaba regida por el presbítero gallego D. Benito Rodríguez Caballero que, posteriormente, pasaría a ser párroco de Santiago de la Espada y cuya semblanza recogí someramente en un número de la revista ZURRIBULLE.

Toda esta documentación dispersa que vamos allegando y estudiando nos dice que la Sierra de Segura fue un foco de carlistas, a pesar de que la oficialidad institucional hiciera todo lo posible por mantenerlos a raya. No es de extrañar, pues como Miguel de Unamuno escribió: el carlismo no es un partido político que pueda definirse por una cuestión dinástica, sino que el carlismo fue lo rural frente a lo urbano, el campesino y el ganadero contra el burgués de las ciudades, el español de siempre contra las novedades. 

Primera página del documento

martes, 14 de agosto de 2018

EL URBANISMO "SECRETO"

Algorfa en Santiago de la Espada

HERENCIA CRISTIANIZADA DEL INTIMISMO HABITACIONAL MUSULMÁN

Manuel Fernández Espinosa

A título de hipótesis podríamos aventurar que Santiago de la Espada (como hemos dicho en otras ocasiones en este mismo blog) tiene unos orígenes históricos muy remotos, pero puede afirmarse que, en el curso de la historia, ha conocido etapas más o menos largas en las que el asentamiento ha sido abandonado, pero aunque sufriera la despoblación durante una fase, vuelve a recuperarse mediante posterior repoblación. Que se hayan encontrado vestigios visigodos -en el mismo casco urbano- y que, posteriormente, se hable -como es común en la historiografía local- de una fundación de pastores castellanos en fecha moderna (alrededor del siglo XVI: alrededor del primitivo Hornillo) así nos lo hace pensar. Aunque la Sierra estuvo poblada, presentando una tupida constelación de núcleos diseminados que se han perpetuado mejor (como aldeas) o han desaparecido en el correr de los siglos, lo cierto es que las prospecciones arqueológicas que hemos consultado (de la Universidad de Jaén, en concreto) no parece que hayan descubierto una considerable abundancia de restos de la dominación musulmana digna de consideración, como sí que se observa mayor presencia arqueológica de etapas mucho más antiguas (prehistóricas), romanas o visigodas. No es de extrañar, pues sabido es la preferencia de los árabes por los núcleos urbanos de condiciones más apacibles: eso no significa que los núcleos rurales serranos quedaran al margen del control más fiscal y administrativo de la burocracia islámica. No obstante, elementos propios de la urbanística mahometana pueden localizarse, aunque de fecha posterior, en el mismo Santiago de la Espada. Vamos a comentar el origen "ideológico" (empleo el término en su acepción más amplia, como equivalente a mundo de conceptos propios de una cultura) de uno de ellos (ahí visible en la fotografía que encabeza éste texto).
  
Uno de los elementos que, según Fernando Chueca Goitia, proceden del urbanismo islámico es la algorfa: esos sobrados voladizos que se tienden de una fachada a la otra cubriendo en su totalidad o parcialmente una calle. 

La clave "ideológica" para entender este elemento la encontramos en el islam. El islam presenta un carácter secreto que privilegia la vivienda íntima, lo que puede rastrearse en el "Corán" (Sura 49, aleya 4 y 5), donde se dice: "Los que te llaman a voces, mientras tú estás en el interior de tus habitaciones, son en su mayor parte hombres insensatos." El pasaje coránico es uno de los preferidos por las vías esotéricas del islam; como es el "camino" [tariq] del sufismo o, ya en el ámbito chiíta, también encontramos esa preferencia en la misteriosa cofradía "Ijwān aṣ-Ṣafa" (Los Hermanos de la Pureza).
Pero además de sus sentidos ocultos y, sin necesidad de pertenecer a una de las vías esotéricas islámicas, la Sura 49 también ha tenido su correlato en la plasmación urbana muslímica, por lo que el arquitecto y humanista español Fernando Chueca Goitia pudo escribir: "...en la ciudad islámica todo se constituye de dentro afuera": "la ciudad islámica -dice Chueca Goitia- es una ciudad secreta, una ciudad que no se ve, que no se exhibe, que no tiene rostro...". La tendencia a "privatizar" la calle, mediante recursos como la estrechez y sinuosidad del trazado o el adarve expresan ese dominio privado que rige en la concepción habitacional islámica. Y también forma parte de esa tendencia el elemento de los voladizos por los que las viviendas se extienden de una fachada a otra: "sus pisos altos -sobrados o algorfas- sobre las calles por medio, unas veces, de voladizos apeados en tornapuntas o jabalcones". En nuestra provincia pueden verse estos elementos en Baeza y también encontramos éste ejemplo de Santiago de la Espada. El voladizo que hallamos en Santiago de la Espada sobra decir que no corresponde a fecha de la ocupación agarena (téngase en cuenta la relativamente reciente segunda fundación de la población), pero, como también ocurre en las Alpujarras, elementos de este linaje islámico se siguieron empleando en el urbanismo cristiano que configura nuestros cascos viejos urbanos y pintorescos rincones de pueblo.

BIBLIOGRAFÍA:

-"Corán", Mahoma.

-Breve historia del urbanismo, Fernando Chueca Goitia, Alianza Editorial, Madrid, 1989.

miércoles, 20 de junio de 2018

EL CONSPIRADOR CONTRA FRANCO QUE VISITÓ SANTIAGO DE LA ESPADA

En la instantánea, puede verse a Rodríguez Tarduchy conversando con José Antonio Primo de Rivera

EMILIO RODRÍGUEZ TARDUCHY, FACTÓTUM DE CONSPIRACIONES



Manuel Fernández Espinosa



En su enjundioso artículo "El Sindicato Agrícola Católico de Santiago de la Espada. Primera aproximación", el recientemente fallecido Profesor Eduardo Araque Jiménez exponía la problemática agraria que se sufría en Santiago de la Espada en las primeras décadas del siglo XX. El Sindicato Agrícola Católico -siguiendo la investigación del prestigioso geógrafo de la Universidad de Jaén- había elevado a las más altas instancias del Gobierno (entonces la Dictadura de Miguel Primo de Rivera) las justas reclamaciones del vecindario santiagueño. Las reivindicaciones de los sindicalistas católicos fueron estudiadas, en un primer momento, por un vocal de la Dirección General de Acción Social Agraria, a la sazón Ramón del Pando Armand, ingeniero de Montes, que redactó un informe sobre el caso. El sindicato católico se proponía dotar de ventajosas condiciones al pequeño campesino para que éste asumiera la propiedad de unas tierras que, previa conformidad con sus originales propietarios, el sindicato planeaba comprar con ayuda del gobierno. Otra de las reclamaciones sindicales era frenar el acoso de los guardas forestales que continuamente multaban a los lugareños cuando la titularidad de los terrenos en los que estos plantaban estaba en litigio, desde tiempo inmemorial, entre el Estado (al que servían los forestales) y los vecinos. De esta forma se hubiera liberado a la población más menesterosa de la plaga de usureros que la explotaba. Las tierras que se habían pensado adquirir eran de tres propietarios: 200 hectáreas que pertenecían a D. Pablo Ibáñez, localizadas en Haza del Toro, Prado Soriano (por otro nombre, Haza del Tesoro), Haza Grande, Eras de Pedro Blázquez, Huerta de la Matea, Recodo de Cagasebo y Fuente del Burro; 15 hectáreas dispersas en varios parajes a nombre de D. Patricio Ruiz Delgado y 2 hectáreas que en su testamento había otorgado D. José Sánchez Palomares a la iglesia de Santiago de la Espada.

Pero el informe favorable a las pretensiones del sindicato católico que Ramón del Pando elaboró y presentó al gobierno de la dictadura no convenció al parecer a Miguel Primo de Rivera y éste designó, el 3 de enero de 1929, como juez instructor del expediente que nos atañe, a D. Emilio Rodríguez Tarduchy, comandante de Infantería y hombre de suma confianza de Miguel Primo de Rivera. Es el mismo D. Eduardo Araque quien afirma que Rodríguez Tarduchy tuvo que trasladarse a Santiago de la Espada, para estudiar "in situ" el asunto para el que se le había comisionado. Poco después -en febrero de 1929- se daba orden a la Dirección General de Acción Social Agraria para que se agilizara una comisión que, en dos meses, ofreciera "la solución más rápida, eficaz y equitativa que pueda darse a los problemas de carácter social, con relación a la tierra, planteados en el municipio de Santiago de la Espada, ampliando dicho estudio a toda aquella comarca".

El resultado de todas aquellas diligencias puede leerse en el artículo citado de D. Eduardo Araque, pero lo que es digno de mención es la personalidad que, por orden gubernamental, visita Santiago de la Espada a primeros del año 1929: D. Emilio Rodríguez Tarduchy. Se trata de un militar de dilatada carrera y uno de los conspiradores más silenciosos de la España del siglo XX. Emilio Rodríguez Tarduchy nació en Sevilla el año 1880, estudió Derecho en la Universidad Central de Madrid y pronto se dedicó al periodismo, destacando como redactor en LA VOZ DE CASTILLA, dirigiendo LA CORRESPONDENCIA MILITAR que más tarde se transformaría en LA CORRESPONDENCIA y escribiendo también para EL SIGLO FUTURO. Tarduchy perteneció a las Juntas de Defensa, militando en el partido Unión Patriótica de la dictadura primorriverista. Con la llegada de la II República, Tarduchy se retiró del ejército por desavenencias con la línea política de Manuel Azaña. Allá por 1933 fue Tarduchy quien fundaría una sociedad secreta militarista: la U.M.E. (Unión Militar Española) que empezó a trabajar en la conspiración contra la República. Cuando se fundó Falange Española, Tarduchy, hombre leal a Miguel Primo de Rivera, corrió raudo a formar parte de la organización política que el hijo del antiguo dictador ponía en marcha. Ingresó en la Falange Española y ocupó importantes cargos organizativos en la formación joseantoniana.

Tarduchy, ni que decir tiene, hizo la guerra en el bando franquista. Pero a raíz del decreto de unificación (14 de abril de 1937) por el cual Franco dictaba la fusión de las milicias falangistas con las del Requeté carlista, los falangistas más adictos a José Antonio Primo de Rivera (fusilado el 20 de noviembre de 1936 en Alicante) se mostraron reticentes a la voluntad de Franco y el falangista Manuel Hedilla, legítimo sucesor de José Antonio, con otros 600 falangistas opuestos a Franco, fueron arrestados bajo acusación de conspiración el 25 de abril de 1937. Hedilla fue condenado a muerte por Franco, pero se le conmutó la pena capital a ruegos, entre otros, de Pilar Primo de Rivera, hermana de José Antonio. Terminó la guerra y Franco continuó exhibiendo los símbolos falangistas en promiscuidad con los símbolos del tradicionalismo, pero no todos los falangistas estaban en conformidad con el régimen franquista. Por eso, en diciembre de 1939, aparece otra vez en la historia de las conspiraciones el ilustre visitante de Santiago de la Espada, Tarduchy. En la casa de Emilio Rodríguez Tarduchy se reunieron en ese mes los falangistas desafectos a Franco, fundando otra sociedad secreta -ahora política, pero sin renunciar al uso de las armas: la llamada Falange Auténtica. Tarduchy sería su presidente, entre los que se adhirieron a Falange Auténtica estaban Patricio González de Canales, Daniel Buhigas, Luis de Caralt y otros.

Entre los planes de la Falange Auténtica figuraron varias intentonas de atentado contra Francisco Franco y también contra Serrano Súñer, promotor del decreto de unificación. Los falangistas "auténticos" en clandestinidad estudiaron la posibilidad de hacer saltar por los aires la tribuna presidencial del día de la Victoria (1 de abril de 1941), se deshechó la idea por considerarla inmoral en tanto que la bomba no sólo hubiera liquidado a Franco, sino a otras personas que no eran objetivo de los falangistas conspiradores. Se pensó entonces en un atentado a pistola, teniendo como escenario el Teatro Español de Madrid. Las conversaciones no fructificaron y, al final, no se llevó a efecto el plan tiranicida.

Eso no fue obstáculo para que Francisco Franco dictara la pena de muerte sobre no pocos falangistas que sufrieron la represión franquista, contra todo lo pensable. En 1937 se ejecutó a Mariano Durruti, hermano del anarquista Buenaventura Durruti y miembro de Falange; en 1942, Juan Domínguez, inspector nacional del SEU... La lista podría ser ampliada. 

Pero en el invierno de 1929, cuando Emilio Rodríguez Tarduchy visitó Santiago de la Espada estaba lejos de sospechar todas las conspiraciones que el futuro le depararía. Su versatilidad le permitió burlar la desgracia que, de no haber esquivado, hubiera podido ser fatal para él; Emilio Rodríguez Tarduchy falleció en su domicilio el 29 de agosto de 1964. 

Valga este artículo para resaltar la visita de un personaje que, aunque poco conocido, fue uno de los factótums en la sombra de buena parte de la Historia de España del siglo XX.


Bibliografía:

Cardona, Gabriel, "El problema militar en España".

Hernández Gavi, José Luis, "Episodios ocultos del franquismo".

Araque Jiménez, Eduardo, "El Sindicato Agrícola Católico de Santiago de la Espada. Primera aproximación".

miércoles, 6 de junio de 2018

TOROS EN SANTIAGO-PONTONES: AÑO 1930

Joaquín Medina, el torero caravaqueño

JULIÁN MEDINA, TORERO DE CARAVACA, TRIUNFA EN SANTIAGO-PONTONES

Manuel Fernández Espinosa


Dedicado a mis alumnos de 2º de Bachillerato.


La Sierra de Segura es uno de los bastiones taurinos más destacados del panorama nacional. Su tradición se remonta a tiempos inmemoriales, pero a modo de anécdota, valga este comentario de hoy.

Los días 8, 9 y 10 de septiembre de 1930 vino a torear a Pontones el torero Julián Medina, prolongando su estancia en la Sierra para lidiar los días 11, 12, 13 y 14 de septiembre de 1930 en Santiago de la Espada. Julián Medina, natural de Caravaca, parece que había tomado la iniciativa en 1926. En 1928 había toreado en Madrid, por lo que cuando aparece en Pontones y Santiago de la Espada el joven matador ya tenía una fama que fue en ascensión; en Caravaca sufrió una cogida allá por julio de 1934 de la que salió bien parado, regresando a la arena en septiembre para triunfar en Mula. La Guerra Civil de 1936 dividiría también al mundo taurino en toreros afectos a los sublevados y toreros que cerraron filas con la II República. Entre los toreros que colaboraron con los sublevados figuran, entre otros: Juan Belmonte o Ignacio Sánchez Mejías (éste era hijo de aquel torero al que Federico García Lorca dedicó su famoso "Llanto" elegíaco). Julián Medina optó por la II República, participando en un festival a favor de las Milicias Populares de Murcia. 

La noticia que nos lo refiere presente en Pontones y Santiago de la Espada se debe a una de las revistas señeras de la tauromaquia de la primera mitad del siglo XX: LA RECLAM TAURINA.

LA RECLAM TAURINA fue una revista valenciana de tauromaquia que se auto-subtitulaba “Revista defensora de la afición”. Se empezó a dar a la estampa en el año 1926 y se extinguió en octubre de 1931, siempre bajo la dirección del periodista y escritor Manuel Soto Lluch (Valencia, 1894). La revista salía a la venta -a 15 céntimos- puntualmente cada sábado con doce páginas, publicando crónicas y noticias sobre tauromaquia de toda España. La publicación valenciana contaba con unas excelentes ilustraciones, tanto fotográficas como dibujos y caricaturas, teniendo entre sus colaboradores a ilustradores de postín como el mexicano anarquista Juan Pérez del Muro, nacido en México el 1895, establecido en España desde 1919 y fallecido en Barcelona el año 1949; Pérez del Muro sería uno de los pioneros del tebeo español.

Desde el 8 hasta el 14 de septiembre de 1930, como hemos dicho arriba, Julián Medina toreó para el público de Santiago-Pontones. Según comenta LA RECLAM TAURINA a tenor del evento taurino, fue el aficionado D. Ángel Bueno el responsable de los festejos en Pontones. Se dice en el cuerpo de la noticia que: "Encontrándose accidentalmente en este pueblo el ilustre doctor don Lucas Martínez, a petición del público lidió un becerro, de forma tan magistral que puso de relieve su conocimiento de la lidia". Luego comentaré algo sobre el Dr. Lucas Martínez, de tan hadario destino.

En cuanto a la faena de Julián Medina, LA RECLAM TAURINA se deshace en elogios -"Hizo derroche de valor y arte, ejecutando maravillosas faenas de capa y asombrosas faenas de muleta, en las cuales derrochó la esencia de su exquisito y sublime arte" -dice textualmente. Ovaciones y vítores celebraron las faenas del espada caravaqueño.

Las cuatro tardes de Santiago de la Espada fueron cuatro triunfos para Julián Medina. En Santiago se torearon novillos, de la ganadería de D. Gerardo Morcillo, novillos que -a decir del semanario: "han salido grandes, gordos y bravos, dejando a gran altura la divisa de tan escrupuloso criador de reses bravas". La nota jocosa la puso un trío de "charlots" que vinieron de Cartagena: Ramper, Charlot y Tomasín como espectáculo cómico-taurino.  

El doctor Lucas Martínez Cruz al que en 1930 pidieron en Pontones que toreara vivía en Santiago de la Espada y poseía una ganadería de toros de lidia. Años después de esta anécdota que nos transmite LA RECLAM TAURINA, el Doctor Martínez, con 59 años de edad sería asesinado en Zumeta, a manos del abogado D. Patricio Rodríguez. Corría el mes de agosto de 1956 -nos dicen las páginas de sucesos del ABC de la fecha. Patricio Rodríguez disparó contra el médico y contra el hijo del doctor, Ernesto Ángel Martínez Algar, de 18 años de edad, segando la vida de ambos.

Tricornios charolados pudieron verse por las veredas, peinando la Sierra a la búsqueda del abogado D. Patricio Rodríguez que, tras derribar mortalmente a padre e hijo, se dio a la fuga.

miércoles, 18 de abril de 2018

LA MASONERÍA EN PONTONES



Piedra Labrada de Pontones. Foto: M. F. E.

LA GRAN LOGIA SIMBÓLICA ESPAÑOLA LEVANTÓ COLUMNAS EN PONTONES

Manuel Fernández Espinosa

APROXIMACIÓN A LA MASONERÍA

Uno de los temas más controvertidos de la historia moderna y contemporánea es el efecto de la llamada "francmasonería" en el acontecer histórico. Hay quienes minimizan el efecto de la masonería en la historia, así José-Leonardo Ruiz Sánchez, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla y miembro del Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española, piensa que: "La masonería está sobrevalorada, se le otorga un papel que no tuvo", sin embargo un escritor como Benito Pérez Galdós sostiene una idea muy distinta, cuando escribe que la masonería era "...una poderosa cuadrilla política, que iba derecha a su objeto, una hermandad utilitaria que miraba los destinos como una especie de religión, y no se ocupaba más que de política a la menuda, de levantar y hundir adeptos, de impulsar la desgobernación del reino; era un centro colosal de intrigas, pues allí se urdían de todas clases y dimensiones: una máquina potente que movía tres cosas: Gobierno, Cortes y clubs" (Episodios Nacionales, "El Grande Oriente"). Creer que la masonería dispone de un poder ilimitado sobre la política mundial es una exageración que alientan algunos conspiracionistas, pero afirmar que durante el siglo XIX y el XX la masonería permaneció inactiva en el discurrir de la política española es una ingenuidad. El hecho de que la masonería haya sido siempre una sociedad secreta hace que se desproporcione la idea que se tiene de ella, de ahí que -al igual que pasó con la Compañía de Jesús- sus detractores culpen a la masonería de todos los males y sus abogados la ensalcen hasta extremos exagerados. La propia masonería tiene a bien definirse como una escuela de filosofía simbólica que trabaja por el perfeccionamiento humano de sus miembros, fomentando ideales laicistas, filantrópicos y de progreso, pero la gran mayoría de los masonólogos (pues el tema ha dado como para formar una especialidad historiográfica) no niega ciertos hechos a la luz de la historia. Vamos a dejar a un lado, para no resultar enojosos al lector, la índole de la "filosofía simbólica" de la masonería: Ricardo de la Cierva, uno de los máximos expertos españoles en masonería, ha hablado de una "masonería visible" y una "masonería invisible", por tal de no embrollar mucho al lector (con cuestiones muy complejas de filosofía y simbolismo -además de ello, la masonería tiene una terminología pomposa capaz de perdernos en un laberinto), prescindiré de la "masonería invisible" (del plano interior, también por otro nombre llamada) y atenderé a la "masonería visible" (del plano exterior); ésta, la "visible", es eminentemente política y social, pues de ese modo se comprenderá mejor el tema histórico que presenta el título de este artículo.

Antes de ello, servirá una somera introducción histórica en cuatro breves epígrafes:

1. La masonería actual -denominada "especulativa" se fundó con la Gran Logia de Londres el año 1717 en la capital del Reino Unido, asumiendo el legado de símbolos de lo que se llama "masonería operativa" que no era otra que la de los albañiles ("masón" en francés es "albañil") que fueron los constructores de las catedrales medievales, agremiados para transmitir -mediante códigos secretos- el oficio y defender sus legítimos intereses laborales. La masonería operativa estaba compuesta de constructores, la masonería especulativa posterior se compuso de personas de la nobleza y todas las profesiones liberales que, a la vez que incorporó instrumentos de la albañilería dándoles significado simbólico, vino a incorporar también ideas filosóficas que sería muy difícil suponer que tuvieran los albañiles medievales.

2. A España, la masonería la trae el Duque de Wharton, fundando en Madrid la Logia de "Las Tres Flores de Lis" el año 1728. La masonería más temprana se convertiría así en un instrumento de dominio de Gran Bretaña, pero Francia crea su propia masonería para no depender de los dictados británicos. Y cuando Napoleón invade España vemos aparecer a la masonería francesa en nuestro suelo de la mano de José Bonaparte, hermano de Napoleón y rey intruso, de tal forma que proliferaron las logias masónicas francesas en territorio ocupado y cuando los invasores napoleónicos se retiraron de Jaén capital -por ejemplo- se descubrió una logia bonapartista, por lo que podemos aseverar que, al igual que Inglaterra empleó la masonería para sus objetivos geopolíticos, la Francia de Napoleón Bonaparte hizo otro tanto con la masonería, toda vez nacionalizada ésta.

3. En España, las logias de obediencia francesa agruparon a los afrancesados, abiertamente colaboracionistas con la invasión napoleónica, mientras que las logias de signo británico se extendieron subrepticiamente entre la oficialidad militar española, con la consecuente politización de nuestro ejército, lo cual explica que el siglo XIX español fuese una sucesión vertiginosa de pronunciamientos y golpes de Estado dados por militares extremadamente politizados que querían hacer prevalecer la Constitución de Cádiz contra el absolutismo. La masonería fue aprovechada por los liberales, defensores de la Constitución de 1812 que, a la vuelta del absolutismo con Fernando VII, hallaron en el secretismo de la masonería la cobertura perfecta para conspirar contra el absolutismo que negaba la Constitución de 1812 y que la negaba, sobre todo, por entender que la soberanía -tal y como en el Antiguo Régimen se entendía- correspondía al Monarca y no a la Nación que es un concepto moderno y liberal.

4. A lo largo de todo el siglo XIX, la masonería en España sirvió como instrumento de poder a los liberales; la masonería había sido condenada tempranamente por la Iglesia católica, ya en el siglo XVIII y no es extraño por lo tanto que la masonería se haya caracterizado -en España de una manera trágica a veces- por su anticlericalismo. Dada la fragmentación de las opiniones liberales (doceañistas y veinteañistas/moderados y exaltados/moderados y progresistas, etcétera), la masonería corrió pareja suerte, fragmentándose en distintas ramas y obediencias hasta que, tras la Guerra Civil de 1936-1939, con la victoria de Franco se procedió a una persecución sistemática de la masonería, sin que sirviera al caso que algunos masones hubieran apoyado la sublevación contra la II República, al igual que otros masones habían defendido a ésta. Pero no sería solo el franquismo el que la condenara, también fue condenada por la Internacional Comunista que, en palabras del comunista italiano Graziadei, consideraba de esta guisa a la masonería: "...se trata de una organización política que ambiciona llegar al poder mediante la conquista y el conservadurismo".

Hecha esta introducción, vayamos al caso local de Pontones.

El periodista Fernando Lozano Montes, uno de los miembros de la G. L. S. E. de M-M


LA GRAN LOGIA SIMBÓLICA DE MEMPHIS-MISRAÏM EN PONTONES

En el argot masónico, se le llama "levantar columnas" a la fundación de una logia local. Así fue como el 1 de julio de 1895 la masonería levantó columnas en Pontones, fundando la Logia "Progreso nº 160" que, a diferencia de la inmensa mayoría de las logias provinciales, perteneció a una obediencia bastante marginal, la llamada Gran Logia Simbólica Española de Memphis y Misraïm. He dicho más arriba que existía mucha división en la masonería española, debido a muchas razones. La Gran Logia Simbólica Española se fundó con el propósito de renovar el prestigio de la masonería que, por ese entonces, sufría una crisis de liderazgo. De ahí que un grupo de masones pertenecientes al Gran Oriente de España se separaran del Gran Oriente de España y se dotaran de un rito distinto al que seguía la masonería generalista española (que era el llamado Rito Escocés Antiguo y Aceptado); a tal fin, lograron ser reconocidos por el Gran Consejo de Nápoles en 1889 y el mismo Gobierno Civil de Madrid reconoció legalmente a la nueva asociación masónica. A finales de 1893 esta Gran Logia Simbólica Española contaba con 3000 miembros y 149 logias en territorio español. El rito como tal que adoptó fue el de Memphis-Misraïm que era la fusión de dos ritos: el de Misraïm había sido inventado en Italia, allá por 1805 y el de Memphis se institucionalizó en Francia, de la mano de Gabriel-Mathieu Marconis en 1839. En 1883 las constituciones de este ritual eran aprobadas en Sebeto (Nápoles) por el Gran Consejo de Nápoles que había dirigido el famoso revolucionario italiano Giuseppe Garibaldi.

La propagación de la Gran Logia Simbólica Española por territorio español, como ocurría con otras obediencias masónicas, hay que atribuirla al poder político y social que ostentaban muchos de sus máximos cargos. La Gran Logia Simbólica Española contaba con personajes encumbrados en el aparato del Estado, ocupando sus puestos Ricardo López Sallaberry, abogado del Estado; Ramón Moreno Roure, diputado a Cortes y Gobernador Civil de Albacete; Federico Rubio Amoldo, médico jefe del Servicio Sanitario de la Compañía de Ferrocarriles (no es de extrañar que la Gran Logia Simbólica tuviera, por lo tanto, una logia en Espeluy, nudo de comunicaciones ferroviarias) a la vez que médico del Servicio de Higiene del Ayuntamiento de Madrid. Tampoco faltaron aristócratas en la Gran Logia Simbólica, así Joaquín de Aymerich y Fernández-Villamil, Conde de Villa Mar, general y diputado; o Domingo Pérez de Guzmán el Bueno y Fernández de Córdoba, IX Conde de Villamanrique de Tajo, Marqués consorte de Santa Marta. El periodista y político Fernando Lozano Montes también militó en esta Gran Logia Simbólica. Traigo a colación estos nombres para dar una ligera idea del perfil de sus miembros, lo que explicaría el signo político de la Logia Progreso nº 160 de Pontones que, a buen seguro, estaría conformada por una minoría de vecinos vinculados a algunos magnates y caciques del sistema canovista, a su vez relacionados con estos prebostes u otros que desarrollaban su ejercicio público en diversas capitales de provincia o en la misma capital de España.

Llama la atención que la masonería de Pontones pertenezca a esta Gran Logia Simbólica que era bastante marginal, pues más extendido estaba el Gran Oriente Español que tenía en Beas de Segura a la logia "Regeneradora 113" o en Villacarrillo a la logia "República 104": el Gran Oriente Español había sido, merced a los auspicios del republicano Miguel Morayta que fue su Gran Maestre, la fusión del Gran Oriente de España y el Gran Oriente Nacional de España. Las únicas logias de la provincia de Jaén que plantó la Gran Logia Simbólica fueron las de Jaén capital, Linares, Espeluy, Aldeaquemada y Pontones. La Gran Logia Simbólica Española de Memphis-Misraïm desaparecía en 1898 que fue un año aciago para la masonería, a la que se le culpó de la pérdida de los últimos vestigios del Imperio Español de Ultramar: Cuba, Filipinas y Guam.


BIBLIOGRAFÍA

"La masonería está sobrevalorada, se le otorga un papel que no tuvo", entrevista concedida al Diario de Sevilla, 5 de julio de 2015.

Menéndez y Pelayo, Marcelino, "Historia de los heterodoxos españoles", tomo II, pág. 792.

Checa Godoy, María del Carmen, "Breve aproximación a la masonería jiennense (1876-1939)", publicado en Elucidario: Seminario bio-bibliográfico Manuel Caballero Venzalá, nº 7, 2009, pp. 215-244.

Enríquez del Árbol, Eduardo, "Al filo de un centenario: El último Gran Oriente Hispano del siglo XIX: La Gran Logia Simbólica Española del Rito Primitivo y Oriental de Memphis y Mizraim (1889-1989)".

Alvarado Planas, Javier, "Masones en la nobleza de España: Una hermandad de iluminados", La Esfera de los Libros, 2016.

Pérez Galdós, Benito, "El Grande Oriente", Episodios Nacionales.

viernes, 2 de marzo de 2018

EL OLIVO MILAGROSO DE LA SIERRA DE SEGURA





MILAGROS Y TRADICIONES CRISTÍCOLAS DE LA SIERRA DE SEGURA


Manuel Fernández Espinosa


En el año 961 después de Cristo, siendo Romano Pontífice Su Santidad Juan XII, envió el Papa una embajada al califa de Córdoba: dado que, en ese año falleció Abderramán III, no sabemos si el emisario papal se presentó ante Abderramán III o ante su sucesor, Alhakén II. El objeto de la embajada, según nos cuenta Ibrahim ben Yacub al-Israilí, era que había llegado noticia al Santo Padre de Roma de que, en la región de Baza, existía una iglesia cristiana con un olivo milagroso y, conforme a la tradición que se había transmitido, en aquel santuario se encontraban las reliquias de un santo. El Papa Juan XII rogaba al califa cordobés que le permitiera exhumar esas reliquias para trasladarlas a Roma. Según las múltiples fuentes, tanto arábigas como cristianas, ese santo que allí recibía veneración era San Torcuato. El obispo de Baza era en esas fechas Servando, pero la localización exacta de ese santuario genera todavía controversias, pues -aunque el Papa hablaba de Baza- los testimonios de los cronistas y geógrafos musulmanes no se ponen de acuerdo en ubicar de manera concluyente el lugar en que se producía lo que los árabes llamaban el "ayá-ib" (prodigio, milagro sobrenatural) del olivo.

Lo que las crónicas musulmanas sí que recogen es que el prodigio del olivo milagroso se producía en la fiesta de San Juan (24 de junio), lo que hacía que tal día se congregaran allí muchos cristianos para contemplar el "milagro". La afluencia de cristianos se veía engrosada por la visita de no pocos musulmanes que, por curiosidad, también acudían allí. Tal fue el caso del geógrafo almeriense al-Zuhrí que visitó el lugar, dando testimonio de que las aceitunas del olivo en cuestión verdeaban por la mañana, se blanqueaban al mediodía y, por la tarde, se hacían rojizas. Los peregrinos se aprestaban a cogerlas antes de que maduraran del todo, para llevárselas como reliquia de santo. El santo parece que estaba enterrado en una cueva, y junto al olivo, también había un manantial y una ermita. Además de las aceitunas, los fieles recogían agua de aquel manantial con fines terapéuticos -al decir de Abú Hámid Andalusí. Otro cronista musulmán, al-Udrí el almeriense, nos informa de que tales eran las muchedumbres que se concentraban en ese lugar que las autoridades musulmanas ordenaron talar el olivo, para impedir los problemas propios de las grandes aglomeraciones; pero a su vez, al-Udrí nos dice que, después de esta intervención de cortar por lo sano, aquel olivo rebrotó y siguió produciéndose, en el día de San Juan, el portento.

La Sierra de Segura ha sido, dadas sus condiciones, excelente refugio de comunidades perseguidas y de forajidos en todos los tiempos. Eso explica que, tras la conquista de la España goda por la invasión islámica, la comunidad de cristianos (en aquel entonces llamados en las crónicas antiguas "cristícolas") pudieran vivir durante un tiempo en relativa independencia, habida cuenta de su apartamiento de las instancias del poder califal. La toponimia (ciencia lingüística que se aplica al origen de los nombres de lugar) arroja una significativa concentración de topónimos de origen hispano-visigodo anteriores a la invasión arábiga, mantenidos a manera de fósiles léxicos, en la Sierra de Cazorla, Segura y las Villas. A manera de esbozo sucinto cabe mencionar "Gútar" (en Villanueva del Arzobispo), "Gutamarta" (muy posiblemente pudiera ser "Gutamarca", muy cerca de Cortijos-Nuevos), Góntar, Nerpio y Yeste (vecinos de Santiago de la Espada) o Los Archites (próximo a Pontones, que Menéndez Pidal pensaba que era derivado de "architeris" que significaba "monasterio", con lo que podríamos incluso especular sobre la existencia allí, en la antigua España goda, de un cenobio de monjes). Todo esto, junto a los hallazgos arqueológicos de indudable identificación visigoda, nos permite suponer que, incluso bien avanzada la ocupación musulmana en España, la Sierra de Segura fue territorio cristícola, controlado fiscalmente por el gobierno de ocupación califal, pero bastante impermeable a la islamización (podemos mencionar muchos, pero baste la estela discoidea de Quesada, estudiada por el arqueólogo Carriazo Arroquia). Estas comunidades cristícolas son conocidas por lo común con el nombre de "mozárabes": el término, no obstante, no sería del todo apropiado para nuestro caso, puesto que si bien "mozárabes" es "cristiano que habitaba en territorio bajo dominio musulmán", los mozárabes, propiamente dichos, eran esos cristianos que, por habitar en las ciudades más populosas, quedaban sujetos no sólo bajo el poder islámico, sino bajo la influencia cultural árabe. En cambio, en la Sierra de Segura, esos cristianos vivían lo suficientemente alejados como para permanecer por un tiempo impermeables a la arabización que avanzaba en los núcleos urbanos.

La situación de los cristianos en territorio musulmán no era, ni mucho menos, como nos la pintan en una fabulosa e idílica convivencia de tres culturas. Si bien el islam concedía, en algunas situaciones, la coexistencia de cristianos y judíos (que ellos denominan "los hombres del Libro": se entiende que de la Biblia), los judíos y cristianos en territorio islámico estaban muy reducidos en sus libertades y quedaban sujetos a pagar tributos para poder mantener la práctica de sus religiones respectivas: la presión fiscal en este punto lograba muchas veces que los más tibios judíos y cristianos se convirtieran al islam para eximirse del pago de esos impuestos. La situación de relativa coexistencia terminó tras la expedición de Alfonso I de Aragón, el Batallador. Alfonso I el Batallador se adentró en al-Andalus con sus Huestes, acudiendo al pedido de socorro que los mozárabes de Granada le hicieron por cartas. La llegada del rey aragonés en son de guerra supuso a la postre que muchos de esos mozárabes de Andalucía se incorporaran con sus familias a la columna del rey aragonés. Alfonso El Batallador obtuvo grandes victorias en su expedición por las Andalucías, tal fue la de Anzur (Puente Genil, Córdoba) y recorrió la tierras de Granada, Jaén y Córdoba, perturbando muy seriamente la cómoda ocupación a la que estaban acostumbrados los musulmanes; mas, viéndose impedido para establecer un reino cristiano en el corazón de al-Andalus, tuvo que regresar a sus feudos del norte -haciéndolo por Caravaca de la Cruz, atravesando a buen seguro el territorio de Santiago-Pontones: era el año 1126. Con el ejército aragonés, abandonó Andalucía un gran contingente de mozárabes que se asentaron en el reino de Aragón, recibiendo del rey Alfonso I el "Fuero de Alfaro". Los cristianos que quedaron en Andalucía sufrieron las represalias musulmanas: el abuelo del que luego sería el gran filósofo cordobés Averroes, reclamó la ayuda del emir almorávide magrebí: la población cristiana que no se puso a salvo con Alfonso I sufrió el exterminio, la esclavitud y la deportación al norte de África.

Pero, con anterioridad a esos acontecimientos, el olivo milagroso seguía dando sus aceitunas el día de San Juan. Como decía más arriba, la localización de ese lugar santo está todavía en litigio. Unos cronistas árabes lo sitúan en Granada, otros en Lorca, otros en Murcia. Pero, siguiendo a las fuentes más seguras que son los almerienses Al-Udrí y Al-Zuhrí, parece que todo indica que aquel santuario (ermita, cueva, olivo y fuente) estaba en el Cortijo de Mirabete/Miravete (antiguo castillo de Mirábayt), en el camino medieval que va de Huéscar a Santiago de la Espada, por el Alto de La Losa. Según Juan Carlos Torres Jiménez que ha estudiado el asunto con exhaustividad, el lugar del prodigio podría situarse con bastante probabilidad en Torcas de Aguas Humosas.

BIBLIOGRAFÍA

Torres Jiménez, Juan Carlos, "La iglesia mozárabe en tierras de Jaén (712-1157)".

Aguirre Sádaba, F. Javier y Jiménez Mata, María del Carmen, "Introducción al Jaén Islámico (Estudio geográfico-histórico), Instituto de Estudios Giennenses, Excma. Diputación Provincial, Jaén, 1979.

Salvatierra Cuenca, Vicente, "El Alto Guadalquivir en época islámica", Universidad de Jaén, Torredonjimeno, 2006.

Lema Pueyo, José Ángel, "Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y Pamplona (1104-1134)", 

martes, 20 de febrero de 2018

LUIS DE BORBÓN Y FARNESIO: EL COMENDADOR DE SEGURA DE LA SIERRA

Luis de Borbón y Farnesio, niño: ataviado de Cardenal


EL HERMANO DE CARLOS III Y SU RELACIÓN CON SANTIAGO DE LA ESPADA


Manuel Fernández Espinosa


Desde el año 1749, los gabinetes del despotismo ilustrado acometieron la trabajosa labor de realizar una estadística lo más completa posible del estado de nuestros municipios, con el objeto de fijar una contribución única. Con ello se pretendía dar un paso adelante en la reforma de la Hacienda y las relaciones fiscales de aquel entonces que, en pleno siglo XVIII, todavía presentaban una considerable fisiognomía feudal. Lo que esa reforma fiscal pretendió no se consiguió, dada la resistencia sorda de los estamentos privilegiados que se negaban a cambiar una situación en la que no les iba mal. Pero lo que de esa labor sí quedó fue el llamado Catastro del Marqués de la Ensenada que, para el historiador, es una fuente preciosa de datos, tomados minuciosamente por los delegados del gobierno que, en persona, iban de pueblo en pueblo realizando una encuesta a las autoridades y vecinos de la localidad en cuestión.

A Santiago de la Espada le tocó en suerte venir a D. Juan Felipe de Castaños. Y el 30 de agosto de 1755 comparecieron ante él las autoridades municipales y otros vecinos de la localidad, para responder a las preguntas del gobierno. Se personaron Gonzalo Ruiz Marín y Juan Puente (alcaldes ordinarios), Luis Martínez Blázquez y Pedro Baños (regidores), Fernando Giménez de la Fuente (Procurador Síndico General) y a manera de expertos agropecuarios y constructores comparecieron que sepamos: Juan Punzano, Domingo Muñoz, Lorenzo Romero (perito en casas) y Lorenzo López. Un tal Francisco Xavier Quijano también estuvo presente, como testigo del Síndico y el escribano que lo era José López Robles. Las respuestas a las preguntas están registradas en el "Libro de las respuestas generales de distintas localidades del Reino de Murcia al Catastro de la Ensenada", puesto que Santiago de la Espada pertenecía en ese entonces a la Orden de Santiago y a Murcia. De entre las informaciones que trasladaron, una me llamó la atención. Entre los impuestos de origen feudal que todavía se cobraban en el siglo XVIII figuraba el llamado "diezmo" y, sobre el diezmo dejan dicho en ese documento que:

"El Diezmo se paga de todos los granos, ganados, y demás esquilmas, de diez, uno, y lo percibe el Serenísimo Señor Don Luis Infante de España, como Comendador de su Encomienda".

Pero, ¿quién era ese "Serenísimo Señor Don Luis, Infante de España"?



El personaje es interesante de suyo. Luis Antonio Jaime de Borbón y Farnesio era hijo de Felipe V de España y de su segunda esposa, Doña Isabel de Farnesio, Duquesa de Parma. Felipe V se había casado, en primeras nupcias, con María Luisa Gabriela de Saboya, con la que tuvo cuatro hijos. Y tras la muerte de María Luisa Gabriela se casó con Isabel de Farnesio, con la que tuvo siete hijos. Don Luis Antonio Jaime de Borbón y Farnesio, el Comendador que cobraba los diezmos a Santiago de la Espada, era el sexto hijo de Felipe V "El Animoso" y Doña Isabel de Farnesio, nacido el 25 de julio de 1727; por lo tanto, Luis era hermano menor de Carlos III de España, el "Rey Alcalde" y, mejor todavía, el "Rey Arqueólogo". Como sucesor al Trono de España, Luis estaba lejos de ceñir la corona y, como era la costumbre entre la realeza y la nobleza, desde niño fue dirigido a la carrera eclesiástica contra su vocación. El mismo año en que lo creaban Cardenal Arzobispo de Toledo y Primado de España, también obtuvo la Encomienda de Segura de la Sierra: era el año 1735. Acumularía más títulos eclesiásticos, como el de Arzobispo de Sevilla en 1741. Esto era algo de lo más normal en aquellos tiempos, pues la Casa de Borbón implementó el regalismo: esto es, la injerencia de la Corona en los asuntos de la Iglesia. Pues mucho se habla de la injerencia de la Iglesia en los asuntos del Estado, pero es bueno saber que no fueron pocas las intromisiones del Estado en la Iglesia a lo largo de la Historia. Si a la Casa Real Española no la hubiera frenado el Concilio de Trento, el pobre Luis de Borbón hubiera sido Arzobispo de Toledo con 8 años: el Concilio de Trento estipulaba que no se podían ordenar de sacerdote a niños, pero si no lograron que lo ordenaran Arzobispo a tan tierna edad, sí que consiguieron que fuese administrador de los bienes temporales del Arzobispado de Toledo. Cualquiera le decía que no al Rey de España en el siglo XVIII. Y cuando Luis cumplió la edad, lo terminaron ordenando sin preguntarle tampoco si tenía o no vocación religiosa.

Esto explicaría que este Arzobispo de Toledo colgara la sotana y hasta el capelo cardenalicio, tras rogarle a su hermano Carlos III que le aliviara de esas cargas impuestas por los intereses de la Casa Real. A Luis lo que le gustaba era la caza, la esgrima, la música, las artes y las buenas mozas. En 1754, un año antes de venir a Santiago de la Espada el equipo que realizara la encuesta catastral, ya se lo había comunicado el pobre Arzobispo a su hermano, pues su vida pecaminosa le traía intranquila la conciencia. El Papa y el Rey de España concedieron y se le aceptó la renuncia, permitiendo que se secularizara. En 1761 se hizo Conde de Chinchón, comprándole el Condado a su hermano Felipe. Y en sus estados erigió un Palacio que diseñó el arquitecto Ventura Rodríguez. A partir de ese entonces, Luis trató de ser feliz, dedicándose a sus aficiones. Alrededor de su corte congregó a grandes artistas de aquel entonces: el músico toscano Luigi Boccherini (famoso por su pieza "La Música Nocturna de las calles de Madrid") o a los pintores Francisco de Goya, Charles Joseph Flipart y Luis Paret y Alcázar. Éste último, Paret, gran acuarelista, pagó caro sus labores de alcahuete, pues descubierto que le llevaba las mozas al Serenísimo Señor Don Luis, Carlos III destierra al artista a Puerto Rico en 1775, habiéndose comprobado que el pintor estaba involucrado en uno de los escándalos de faldas de su hermano Luis. 

La vida disipada del Serenísimo Señor D. Luis le deparó dos hijos bastardos en relaciones morganáticas. Quería D. Luis casarse, por ver si así se le calmaban las ansias, pero Carlos III recelaba ante el panorama de ver a su hermano casado, pues debido a ciertas leyes si el Rey consentía en el matrimonio de su hermano Luis, los resultados del matrimonio podrían poner obstáculos a la sucesión de Carlos III, en caso de tener Luis hijos legítimos. Al final, a regañadientes y estableciendo condiciones terminantes que lo apartaban de la corte, al ex-Arzobispo de Toledo se le permitió casarse con María Teresa de Vallabriga y Rozas, hija del Mayordomo de Carlos III y Duque de San Andrés. Con ella tuvo tres hijos: Luis María (el único miembro de la Casa Real que permaneció en España durante nuestra Guerra de la Independencia), María Teresa que casó con (en un momento casi todopoderoso) Manuel de Godoy y María Luisa, casada con el Marqués de San Fernando de Quiroga. 

D. Luis de Borbón Farnesio falleció el 7 de agosto de 1785. Su hermano el Rey recluyó a la viuda en Zaragoza, al hijo varón lo puso bajo la férula y protección de Francisco Antonio de Lorenzana, para encaminarlo a la carrera eclesiástica; y a las hijas de Luis las metió en un convento de Toledo hasta hallarles un buen partido.

Es más que probable que D. Luis de Borbón Farnesio nunca visitara su Encomienda de Segura de la Sierra, pero el hecho de que, como hombre de su época, se interesara por las Bellas Artes podría explicar algunas cosas que todavía hay en Santiago de la Espada y que trataré, Dios mediante, en próximos episodios. Pues aunque la aristocracia -y más todavía la realeza- no tenía un trato directo con todas las villas a las que cobraban sus impuestos, sí que a veces tenían la deferencia de atender las solicitudes que sus vasallos les hacían para mostrar su gracia. Y creo que eso -como digo- explicaría algunas cosas que todavía conservamos en Santiago de la Espada... Pero eso será cosa de tratarlo en otro artículo. Baste por hoy habernos acercado a un personaje histórico que, en sí mismo, resume las contradicciones de una época y que nos enseña que, aunque no pasara fatigas ni privaciones, el hecho de nacer en el seno de la Realeza no garantizaba en modo alguno una vida feliz: ni la garantiza.