martes, 20 de febrero de 2018

LUIS DE BORBÓN Y FARNESIO: EL COMENDADOR DE SEGURA DE LA SIERRA

Luis de Borbón y Farnesio, niño: ataviado de Cardenal


EL HERMANO DE CARLOS III Y SU RELACIÓN CON SANTIAGO DE LA ESPADA


Manuel Fernández Espinosa


Desde el año 1749, los gabinetes del despotismo ilustrado acometieron la trabajosa labor de realizar una estadística lo más completa posible del estado de nuestros municipios, con el objeto de fijar una contribución única. Con ello se pretendía dar un paso adelante en la reforma de la Hacienda y las relaciones fiscales de aquel entonces que, en pleno siglo XVIII, todavía presentaban una considerable fisiognomía feudal. Lo que esa reforma fiscal pretendió no se consiguió, dada la resistencia sorda de los estamentos privilegiados que se negaban a cambiar una situación en la que no les iba mal. Pero lo que de esa labor sí quedó fue el llamado Catastro del Marqués de la Ensenada que, para el historiador, es una fuente preciosa de datos, tomados minuciosamente por los delegados del gobierno que, en persona, iban de pueblo en pueblo realizando una encuesta a las autoridades y vecinos de la localidad en cuestión.

A Santiago de la Espada le tocó en suerte venir a D. Juan Felipe de Castaños. Y el 30 de agosto de 1755 comparecieron ante él las autoridades municipales y otros vecinos de la localidad, para responder a las preguntas del gobierno. Se personaron Gonzalo Ruiz Marín y Juan Puente (alcaldes ordinarios), Luis Martínez Blázquez y Pedro Baños (regidores), Fernando Giménez de la Fuente (Procurador Síndico General) y a manera de expertos agropecuarios y constructores comparecieron que sepamos: Juan Punzano, Domingo Muñoz, Lorenzo Romero (perito en casas) y Lorenzo López. Un tal Francisco Xavier Quijano también estuvo presente, como testigo del Síndico y el escribano que lo era José López Robles. Las respuestas a las preguntas están registradas en el "Libro de las respuestas generales de distintas localidades del Reino de Murcia al Catastro de la Ensenada", puesto que Santiago de la Espada pertenecía en ese entonces a la Orden de Santiago y a Murcia. De entre las informaciones que trasladaron, una me llamó la atención. Entre los impuestos de origen feudal que todavía se cobraban en el siglo XVIII figuraba el llamado "diezmo" y, sobre el diezmo dejan dicho en ese documento que:

"El Diezmo se paga de todos los granos, ganados, y demás esquilmas, de diez, uno, y lo percibe el Serenísimo Señor Don Luis Infante de España, como Comendador de su Encomienda".

Pero, ¿quién era ese "Serenísimo Señor Don Luis, Infante de España"?



El personaje es interesante de suyo. Luis Antonio Jaime de Borbón y Farnesio era hijo de Felipe V de España y de su segunda esposa, Doña Isabel de Farnesio, Duquesa de Parma. Felipe V se había casado, en primeras nupcias, con María Luisa Gabriela de Saboya, con la que tuvo cuatro hijos. Y tras la muerte de María Luisa Gabriela se casó con Isabel de Farnesio, con la que tuvo siete hijos. Don Luis Antonio Jaime de Borbón y Farnesio, el Comendador que cobraba los diezmos a Santiago de la Espada, era el sexto hijo de Felipe V "El Animoso" y Doña Isabel de Farnesio, nacido el 25 de julio de 1727; por lo tanto, Luis era hermano menor de Carlos III de España, el "Rey Alcalde" y, mejor todavía, el "Rey Arqueólogo". Como sucesor al Trono de España, Luis estaba lejos de ceñir la corona y, como era la costumbre entre la realeza y la nobleza, desde niño fue dirigido a la carrera eclesiástica contra su vocación. El mismo año en que lo creaban Cardenal Arzobispo de Toledo y Primado de España, también obtuvo la Encomienda de Segura de la Sierra: era el año 1735. Acumularía más títulos eclesiásticos, como el de Arzobispo de Sevilla en 1741. Esto era algo de lo más normal en aquellos tiempos, pues la Casa de Borbón implementó el regalismo: esto es, la injerencia de la Corona en los asuntos de la Iglesia. Pues mucho se habla de la injerencia de la Iglesia en los asuntos del Estado, pero es bueno saber que no fueron pocas las intromisiones del Estado en la Iglesia a lo largo de la Historia. Si a la Casa Real Española no la hubiera frenado el Concilio de Trento, el pobre Luis de Borbón hubiera sido Arzobispo de Toledo con 8 años: el Concilio de Trento estipulaba que no se podían ordenar de sacerdote a niños, pero si no lograron que lo ordenaran Arzobispo a tan tierna edad, sí que consiguieron que fuese administrador de los bienes temporales del Arzobispado de Toledo. Cualquiera le decía que no al Rey de España en el siglo XVIII. Y cuando Luis cumplió la edad, lo terminaron ordenando sin preguntarle tampoco si tenía o no vocación religiosa.

Esto explicaría que este Arzobispo de Toledo colgara la sotana y hasta el capelo cardenalicio, tras rogarle a su hermano Carlos III que le aliviara de esas cargas impuestas por los intereses de la Casa Real. A Luis lo que le gustaba era la caza, la esgrima, la música, las artes y las buenas mozas. En 1754, un año antes de venir a Santiago de la Espada el equipo que realizara la encuesta catastral, ya se lo había comunicado el pobre Arzobispo a su hermano, pues su vida pecaminosa le traía intranquila la conciencia. El Papa y el Rey de España concedieron y se le aceptó la renuncia, permitiendo que se secularizara. En 1761 se hizo Conde de Chinchón, comprándole el Condado a su hermano Felipe. Y en sus estados erigió un Palacio que diseñó el arquitecto Ventura Rodríguez. A partir de ese entonces, Luis trató de ser feliz, dedicándose a sus aficiones. Alrededor de su corte congregó a grandes artistas de aquel entonces: el músico toscano Luigi Boccherini (famoso por su pieza "La Música Nocturna de las calles de Madrid") o a los pintores Francisco de Goya, Charles Joseph Flipart y Luis Paret y Alcázar. Éste último, Paret, gran acuarelista, pagó caro sus labores de alcahuete, pues descubierto que le llevaba las mozas al Serenísimo Señor Don Luis, Carlos III destierra al artista a Puerto Rico en 1775, habiéndose comprobado que el pintor estaba involucrado en uno de los escándalos de faldas de su hermano Luis. 

La vida disipada del Serenísimo Señor D. Luis le deparó dos hijos bastardos en relaciones morganáticas. Quería D. Luis casarse, por ver si así se le calmaban las ansias, pero Carlos III recelaba ante el panorama de ver a su hermano casado, pues debido a ciertas leyes si el Rey consentía en el matrimonio de su hermano Luis, los resultados del matrimonio podrían poner obstáculos a la sucesión de Carlos III, en caso de tener Luis hijos legítimos. Al final, a regañadientes y estableciendo condiciones terminantes que lo apartaban de la corte, al ex-Arzobispo de Toledo se le permitió casarse con María Teresa de Vallabriga y Rozas, hija del Mayordomo de Carlos III y Duque de San Andrés. Con ella tuvo tres hijos: Luis María (el único miembro de la Casa Real que permaneció en España durante nuestra Guerra de la Independencia), María Teresa que casó con (en un momento casi todopoderoso) Manuel de Godoy y María Luisa, casada con el Marqués de San Fernando de Quiroga. 

D. Luis de Borbón Farnesio falleció el 7 de agosto de 1785. Su hermano el Rey recluyó a la viuda en Zaragoza, al hijo varón lo puso bajo la férula y protección de Francisco Antonio de Lorenzana, para encaminarlo a la carrera eclesiástica; y a las hijas de Luis las metió en un convento de Toledo hasta hallarles un buen partido.

Es más que probable que D. Luis de Borbón Farnesio nunca visitara su Encomienda de Segura de la Sierra, pero el hecho de que, como hombre de su época, se interesara por las Bellas Artes podría explicar algunas cosas que todavía hay en Santiago de la Espada y que trataré, Dios mediante, en próximos episodios. Pues aunque la aristocracia -y más todavía la realeza- no tenía un trato directo con todas las villas a las que cobraban sus impuestos, sí que a veces tenían la deferencia de atender las solicitudes que sus vasallos les hacían para mostrar su gracia. Y creo que eso -como digo- explicaría algunas cosas que todavía conservamos en Santiago de la Espada... Pero eso será cosa de tratarlo en otro artículo. Baste por hoy habernos acercado a un personaje histórico que, en sí mismo, resume las contradicciones de una época y que nos enseña que, aunque no pasara fatigas ni privaciones, el hecho de nacer en el seno de la Realeza no garantizaba en modo alguno una vida feliz: ni la garantiza.   


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