LAS IDEAS Y LAS OBRAS
Manuel Fernández Espinosa
Parece que quedan muy lejos aquellos reportajes cinematográficos
que ofrecía el NODO. En aquellos “noticieros” era imagen recurrente la del
General Francisco Franco inaugurando pantanos. La sensación que se instalaba en
los espectadores que veían estos reportajes obligatoriamente cuando iban al
cine era que aquellas inauguraciones eran el broche de oro que el dictador y
sus gobiernos ponían a unos ambiciosos planes de obras públicas propios. Parecía
como que a la dictadura se le había ocurrido hacer pantanos por toda la
geografía española y la impresión que, más tarde, se hizo proverbial en la opinión
pública es que aquella actividad, de todos aquellos pantanos inaugurados por Franco,
se debían al franquismo, para bien o para mal. La publicidad positiva que esto
traía consigo para el régimen franquista era indudable, por lo que los
detractores de la dictadura no tardaron en lanzar con sarcasmo la acusación de
que “Ya estaba Franco inaugurando otro pantano”.
Pero, al margen del efecto propagandístico de aquellos noticiarios en pro o en
contra, cuando hacemos por contemplar sin ira y con
estudio estas obras públicas, la lección que extraemos es otra muy distinta. La
gran cantidad de pantanos que se inauguraron durante el franquismo, como el nuestro del
Tranco de Beas, suponen hoy unas infraestructuras necesarias para nuestra vida.
Seguro que pudieron hacerse de mejor manera, pero ahí están. Pero, lo más
importante que cabe subrayar es que estas obras fueron la plasmación efectiva en la realidad de una necesidad que se
demandaba desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX y, como su efectiva y no fácil plasmación, algo que se hizo gradualmente en diversas etapas técnicamente pautadas que atravesaron circunstancias políticas muy diversas. Fueron, por lo tanto, unos proyectos que tenían su origen ideológico mucho antes de
establecerse la dictadura franquista. Las más colosales obras que implicaron
tanta mano de obra, así como una enorme movilización de medios y recursos, no
fueron comenzadas durante la dictadura de Franco. Franco, en la mayor parte de los
casos, se limitó a rematar las mismas obras que habían sido anteriormente
exigidas por intelectuales y profesionales técnicos y que, también, habían sido
emprendidas muchas décadas antes, sin que ni la atroz guerra civil pudiera
paralizar estas obras (aunque, como es obvio, las frenara.)
ANTECEDENTES REMOTOS
Para comprender mejor estas ambiciosas empresas nacionales habría que remontarse incluso siglos atrás. La decadencia de España ya era expresada tempranamente en aquellos melancólicos versos de Francisco de Quevedo, en el siglo XVII:
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
España había sido la dueña del mundo, pero incluso sin dejar de ser una
potencia mundial, las conciencias más despiertas -como la de Quevedo- ya se habían percatado de que algo estaba pasando, que los españoles habíamos ido cayendo en una indolente languidez que arrastraríamos a
través de las centurias.
Los arbitristas del siglo XVII, que podemos verlos
aparecer en la magistral novela del mismo Quevedo (“El Buscón”), por ejemplo,
proponían proyectos de obras públicas que no pocas veces confundían sus
megalómanas ideas fantasiosas con la imposibilidad. En el siglo XVIII todavía había
proyectistas estrafalarios que José Cadalso (en la Carta XXXIV de sus “Cartas
Marruecas”), en clave satírica como Quevedo, presentaba en la obra, más arriba
referida: “Tengo un proyecto para hacer uno (un canal) en España, el cual se ha
de llamar canal de San Andrés, porque ha de tener la figura de las aspas de
aquel bendito mártir” –decía aquel personaje; su propuesta era realizar un gigantesco canal que
dividiera en la realidad física, como lo había hecho en su fantasía, la Península
Ibérica en una enorme X.
Aunque la literatura ha
presentado a estos proyectistas con tonos cómicos, no todos estaban tan locos.
En el siglo XVIII, con el reinado de Carlos III, se asistió al despertar de una
política de obras públicas cuya inspiración hay que encontrarla en la
Ilustración dieciochesca. Sin embargo, llegó el siglo XIX que fue, sin duda, uno de los más trágicos para España en
todos los órdenes: el siglo XIX se inauguró con una guerra de independencia contra el
invasor napoleónico (1808), se fue jalonando por guerras intestinas y conflictos sociales
(guerras carlistas, pronunciamientos liberales, revoluciones) y, a la postre,
vino a clausurarse con el desastre de la pérdida de nuestras últimas reliquias
del Imperio: perdíamos Cuba en 1898 –y Estados Unidos de Norteamérica irrumpía
en la escena mundial como una potencia imperialista y avasalladora, infligiéndonos una derrota nacional que adquirió tonos humillantes. La agitada historia española del siglo XIX supuso un parón, deteniendo todo lo realizado con las mejores intenciones en el siglo XVIII: muchas veces se ha ido a buscar las causas del atraso español en fechas más remotas, pero en el siglo XIX podríamos encontrar incoados todos los males que más tarde sufrimos en el XX: la intolerancia ideológica, el cainismo, la guerra, el hambre, las miserias, las injusticias sociales...
EL REGENERACIONISMO ESPAÑOL Y LOS PANTANOS
No obstante, la Guerra de Cuba y su lacerante desenlace
sirvió para algo más que sumirnos en el dolorido sentir de nuestros fracasos históricos; no todos aquellos españoles se quedaron lamiéndose las heridas. El Desastre de 1898 galvanizó al sector más culto de nuestra
sociedad, lo excitó hasta ganar conciencia de nuestra postración nacional que no nos dejaba levantar cabeza. Se
ahondó en el análisis de los males nacionales y se establecieron líneas de
acción para corregir el rumbo y mejorar la situación nacional: los
regeneracionistas (la Generación literaria del 98 podría incluirse en el
regeneracionismo) compusieron así un abigarrado grupo de talentos que contribuyeron a formar uno de los movimientos de ideas más
interesantes y fructíferos de toda nuestra historia contemporánea. Y no somos ni lo suficientemente conscientes ni agradecidos por todo aquel despliegue de compromiso social e histórico de nuestros regeneracionistas, a la cabeza de los cuales habría que poner a D. Joaquín Costa.
Es en el regeneracionismo español donde encontramos el
ambiente ideológico al que hemos de ir para encontrar los antecedentes de la
multitud de obras públicas infraestructurales y nacionales, entre las cuales
cabe enmarcar la del Pantano del Tranco de Beas.
El regeneracionismo español
constituye un movimiento heterogéneo que no puede ser acaparado por ningún
partidismo político, en tanto que en él confluyeron los anhelos de
personalidades tanto de la izquierda como de la derecha: todos aquellos a los
que podemos calificar como regeneracionistas (en sus más diversas y a veces
opuestas familias: krausistas, católicos, socialistas, conservadores…) pueden a
día de hoy ser reconocidos en justicia como hombres y mujeres que tenían un
denominador común: mejorar a España en lo social, en lo económico, en lo
educativo, en todas las facetas de la vida nacional. Son muchos y no todos bien
conocidos, pero si hay uno que tiene una relación directa con nuestro Pantano
del Tranco de Beas es D. José del Prado y Palacio, I Marqués del Rincón de San
Ildefonso.
D. José del Prado y Palacio nació
en Jaén el 3 de enero de 1865 y falleció en Espelúy el 14 de febrero de 1926.
Era miembro de una aristocrática familia, asentada en Torredonjimeno desde el
siglo XVI. Estudió ingeniería, pero se involucró en política figurando en el
partido conservador a través de los cambios de liderazgo que éste fue experimentando tras el
asesinato de D. Antonio Cánovas del Castillo. Fue alcalde de Jaén y de Madrid y en 1919 ocupó el Ministerio de
Instrucción Pública y Bellas Artes. Aunque personaje de la escena política de
la España de su tiempo, D. José del Prado y Palacio no se limitó a ejercer sus
quehaceres políticos al margen de su formación profesional y sus inquietudes
regeneracionistas. En 1917 escribió un libro: “Hagamos Patria. Estudio político
y económico de problemas nacionales de inaplazable resolución”, el libro lo
prologaba Manuel Bueno Bengoechea (1874-1936), un escritor y periodista de la Generación
del 98, el mismo que en una pelea dejó manco, a consecuencia de las secuelas de la bronca, al dramaturgo D. Ramón María del
Valle-Inclán.
En “Hagamos Patria” (recordemos:
año 1917), D. José del Prado escribió:
“Hay que convertir las fuerzas
nacionales hacia esta gigantesca empresa, estudiarla con pies de plomo y
acometerla con impulsión irresistible hasta llegar a nuestro “ideal nacional”
en este punto: restaurar magnos lagos, verdaderos mares interiores de agua
dulce, multiplicar pantanos, construir muchedumbre de embalses, alumbrar,
aprovechar, detener cuantas aguas caen dentro de la Península, sin devolver al
mar, si puede ser, una sola gota”.
D. José del Prado y Palacio |
Unos años antes, en 1912, otro comprovinciano, D. Antonio
Anguís Díaz (muerto el año 1947), ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, había
hecho el primer proyecto para el Pantano que hoy es el del Tranco de Beas. Sin
embargo, aunque las obras comenzaron bajo su jefatura, el proyecto que se siguió
fue el de D. Antonio del Águila y Rada. Los trabajos de excavación comenzaron el
año 1930 y los de hormigonado tuvieron lugar en el de 1931. El macizo se remató
en 1934. La guerra civil retardó los trabajos, aunque estos prosiguieron sin
cesar y el 28 de febrero de 1944 se cerraban las compuertas, terminándose ese
año las obras. Los detalles se ultimarían en 1945. El Pantano sería inagurado
en 1948.
CONCLUSIONES
Si hacemos el leve ejercicio de observar bien las fases de las obras de nuestro Pantano del Tranco de Beas en su cronología, terminaremos concluyendo que:
1º Los antecedentes ideológicos del Pantano del Tranco de
Beas (así como los de la mayor parte de las Obras Públicas que se acometen en
la España del siglo XX) están en el regeneracionismo español, movimiento
transversal que concita el activismo comprometido de intelectuales y profesionales
técnicos de todo signo político: desde la derecha a la izquierda.
2º Lo que era un proyecto regenerador a escala nacional que contemplaba el aprovechamiento de nuestros recursos, mediante la intervención multidisciplinar y politécnica, viene a definirse y concretarse en
los últimos gobiernos de la llamada restauración monárquica que, pese a su corrupción política constitutiva, no podía desentenderse de la urgencia de ciertas cuestiones fundamentales.
3º Se iniciaron los ingentes trabajos en las postrimerías de
la Dictadura de Miguel Primo de Rivera y con la dictablanda de Berenguer y el
almirante Aznar que fue la transición de la monarquía restaurada por Cánovas a la II República proclamada el 14 de abril de 1931.
4º La Segunda República Española continuó impulsando y atendiendo estas
obras infraestructurales.
5º Ni las dramáticas circunstancias de la Guerra Civil de
1936-1939 paralizaron los trabajos.
6º Durante los primeros años de la dictadura franquista, los
trabajos prosiguen y se ven terminados por fin.
7º No fue Franco, por lo tanto, el que hizo el pantano del Tranco de Beas; sí que fue durante su largo mandato dictatorial cuando se vieron rematadas las obras.
El Pantano del Tranco de Beas que ocupa un espacio de los
términos de Santiago-Pontones, Hornos y Villanueva del Arzobispo, trajo consigo el anegamiento de la vega de Hornos. Muchas aldeas fueron sepultadas bajo las
aguas que se embalsaron aquí: Bujaraiza es el símbolo que se alza de toda
aquella zona serrana sumergida.
8º Y es que, aunque vivimos como si no fuese con nosotros, lo que las personas piensan, escriben y proyectan siempre puede tener efectos reales.